Eric Rosas
El pasado 28 de mayo el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) dio a conocer los nuevos criterios para pertenencia a cualquiera de las ocho áreas del conocimiento y la categoría de emérito del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Un día después también hizo pública la convocatoria correspondiente a este 2021, que típicamente se publica desde febrero de cada año, lo que hace pensar que la intención de este prolongado retraso era precisamente obligar a los solicitantes a aceptar los nuevos requisitos a fin de poder completar el trámite.
Este programa surgió en 1984 con la intención principal de resarcir un poco la pérdida del poder adquisitivo de los investigadores y con ello menguar la copiosa fuga de cerebros que México vivía a consecuencia de las rampantes devaluaciones de esa época. Con el paso de los años, el SNI logró construir una masa crítica entre la comunidad científica de nuestro país; elevó la modesta calidad de la investigación científica que se realizaba antes y casi de manera exclusiva en las universidades públicas; e impulsó el desarrollo de una infraestructura de investigación que ahora cubre prácticamente todo nuestro territorio nacional.
Tras casi cuarenta años de operación, el SNI se había convertido en un mecanismo suficientemente confiable en cuanto a la identificación y calificación de los méritos académicos de los investigadores que ingresaban, permanecían y escalaban dentro de sus distintas categorías (Candidato e Investigador) y niveles (I, II, III y Emérito). Bajo el respaldo del SNI, los científicos de México podían acceder a fondos públicos para el desarrollo de proyectos de investigación de alto nivel, lo que permitió que la comunidad científica de México pudiera integrarse cada vez más intensamente con la internacional. Así hemos visto en fechas recientes como científicos mexicanos han colaborado en proyectos de ciencia de frontera, como la obtención de la primera imagen de un agujero negro en 2019 o la detección del bosón de Higgs en 2012.
Pero todo esto terminará pronto. Los nuevos criterios para ingreso y permanencia como miembro del SNI han perdido su rigor y su objetividad; se han vuelto discrecionales, subjetivos, laxos, incoherentes y hasta confusos. No es casualidad ni producto de la probada incompetencia o desconocimiento de la actual titular del CONACyT, sino de su ideologizada perversión. Con estas nuevas reglas la Dra. María Elena Álvarez-Buyla Roces ha creado el escenario perfecto para imponer su voluntad sobre la de los comités evaluadores y seleccionar ella misma a quien abrir y cerrar las puertas del SNI. Los evaluadores poco a poco cederán a la presión para sesgar sus opiniones y dejar pasar solamente a aquellos académicos que acepten sumisamente respaldar el discurso oficial. Los críticos de éste, los que defiendan la verdad y la evidencia científica no tendrán cabida, al menos no con este gobierno.
Esta estrategia no es novedosa, de manera idéntica fue implementada hace una década en Venezuela. Ahí también se magnificaron las fallas de su sistema equivalente a nuestro SNI, para desacreditarlo y desarticularlo. Expulsaron a los más destacados y reconocidos científicos de esa nación y los sustituyeron con académicos de mediano perfil, pero profundamente subyugados a Chávez primero y luego a Maduro. El resultado es una Venezuela sin ciencia ni tecnología. Hacia allá derivará México. Pertenecer al SNI ya no será garantía de calidad, sino de abyección total al régimen. Tampoco será motivo de orgullo, sino de vergüenza.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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