Leobardo Hernández
Primero fue el Partido Nacional Revolucionario (PNR), fundado por Plutarco Elías Calles (en 1929), después el Partido de la Revolución Mexicana (PRM, 1938), proclamado así por Lázaro Cárdenas del Río y finalmente refundado como el Partido Revolucionario Institucional: PRI, en 1946. Esto lo aprendimos en la escuela porque, quienes estudiamos antes de 2000 parte de la educación básica, “necesitábamos” saber que el partido en el poder emergió del primer movimiento armado campesino del siglo XX, que “ganaron los buenos”.
Durante el régimen priista nació México como una nación en forma, bajo cierto orden que no hubo durante los primeros cien años de nuestra nación como país independiente, entre guerras civiles, dictaduras e intervenciones extranjeras. En este proceso, la participación de intelectuales y luchadores sociales con respaldo popular, estudiantil e incluso un importante sector de la burocracia (caso emblemático el de 1968, donde a Díaz Ordaz se le “volteó” un movimiento de servidores públicos que él mismo ordenó para apoyar su lucha contra los intereses corruptos de los estudiantes, según él).
Estos actores, en su mayoría “adoptados” por el oficialismo más que afiliados por voluntad propia, coadyuvaron a crear instituciones como la UNAM, el IMSS, la SEP, sindicatos obreros. Por ejemplo, el Instituto Mexicano del Seguro Social nace gracias muchos movimientos previos por los derechos de los trabajadores. Hay antecedentes de instancias similares sin consolidarse, incluso impulsadas por Maximiliano de Habsburgo, Benito Juárez, Vicente Villada, Bernardo Reyes, entre otros; mas no lograron desarrollo por la naturaleza conflictiva del momento histórico (estos intentos son anteriores a 1910).
Era imposible que durante el gobierno absolutista, oligarca, priista (entonces monopolizaba el mandato) no se hubieran creado tales instancias como respuesta al clamor ciudadano, aunque fuese para taparle un ojo al macho, pues evidentemente, pese a que en primer término mostraron una función óptima en esencia y forma, se convirtieron en aparatos de control cooptados por el poder. Podría decirse que jamás fueron autónomas. El propio Salinas de Gortari, tras la elección espuria de 1988 donde arrebató “la grande” a Cuauhtemoc Cárdenas, ordenó la creación del Instituto Federal Electoral IFE (ahora INE, porque cambiarle una palabrita le daría legitimidad, según Peña Nieto, claro que sí).
Pero es seguro que de no existir el profundo reclamo de sectores incluso adversos al naciente PRD, la secretaría de gobernación continuaría “encargándose” de las elecciones, y el Revolucionario Institucional no habría esperado 12 años para volver al poder.
Bajo esta lógica, hasta los partidos políticos fueron creación del PRI. Esta falsa narrativa creadora se tomó después de la elección de Vicente Fox, por aquel tiempo aún jugaban PRI y PAN a ser “enemigos acérrimos”. Spots como “gracias al PRI existe el IMSS”, que hoy vuelven para ver “si es chicle y pega” con los ya muy desengañados electores, sólo muestran la confesión velada: este partido utiliza las instituciones de gobierno como vil coto de poder, secuestrado y amañado por ellos. Ya entrando al negocio neoliberal con el PAN, decidieron echarlas por la borda para que el capital extranjero llegase a explotar estas “áreas de oportunidad” con una buena tajada, eso sí. ¿Y dónde quedó el clamor popular?
El nacimiento de las instituciones es producto de las luchas sociales, su abominable función es consecuencia de la corrupción partidista y el discurso creacionista: puro chantaje. Lo importante es ser capaces de discernir esta realidad y decir “no” al secuestro de los logros ciudadanos. Nadie opta por la destrucción de las estructuras, sino por el saneamiento, que éstas no vuelvan a ser “sus instituciones”.
Y esto va con dedicatoria al ilustrísimo señor Lorenzo Córdova.
