Aranxa Solleiro
El asfalto se convierte en escenario por la ausencia de espacios culturales, porque la libertad acida del viento se envuelve del cuerpo para elevar los brazos, las piernas, las manos y agitarlas fuerte. Sin importar lo que suceda, Paola, Gerardo y Arturo salen a las calles para ganarse la vida y defender su amor al arte.
Entre bullicios citadinos, dividen sus turnos para presentarse en distintos semáforos, dependiendo de las ganas, se desplazan al centro de Toluca, a la Avenida Tecnológico en Metepec o a la Avenida Pino Suárez, la cual les permite ganar por lo menos un poco más que los demás sitios.
Paola (22) conserva un amor al arte reflejado no solo en sus movimientos, sino en su mirada, cuando habla sobre su trabajo, una luz resalta en sus pupilas a pesar del grisáceo del atardecer. “Desde las 9 (am) llegamos, nos quedamos aquí hasta que ya nos empezamos a sentir cansados, pero por lo regular trabajamos ocho horas diarias, sin importar el día de la semana, nosotros salimos.”
Agitando suavemente uno de sus aros que le acompañan para sus actos estrella, comparte que no ha sido fácil resistir el tiempo pandémico, pues no solo las ganancias han sido menores, (de entre 100 a 400 pesos diarios) sino de riesgos ante una población que poco respeta su trabajo. “En ocasiones sí tienes miedo porque la gente no te respeta o incluso nos atacan con sus coches. Yo como mujer sí he sufrido un poco más, porque sí hay quienes te ven trabajando o parada y te dicen: “¿no vienes, bonita? ¡Súbete!” Y pues tú solo sigues haciendo tu trabajo, no todos consideran lo que haces como algo serio.”
La pasión de los tres por el malabarismo y el arte circense, se bifurca en distintos talentos. Gerardo (25) estudió música desde hace más de cinco años, antes de instalarse en las avenidas, dedicaba su tiempo a crear notas musicales que lo transportaran a dimensiones, que solo los amantes de lo melódico, pueden comprender en su totalidad, no obstante, su camino lo dirigió al malabarismo, a la captura de miradas mientras realiza movimientos en el aire con sus manos. “Estás aquí sin importar lo que pasa, porque vives por amor a lo que haces, yo siempre me he dedicado al arte y me gusta. A veces quisieras que la gente te tomara más en cuenta, pero por eso debes de ser muy creativo, para llamar su atención.”
A pesar de su edad, se han desplazado a distintos estados de la república, asegurando que las fronteras, especialmente Tijuana y Nuevo Laredo, les han dado ganancias magnánimas que en la capital mexiquense no podrían ser alcanzadas. “Aquí es mucho más difícil, Toluca es una ciudad que no es tan fácil para que nos acepte, la gente no tiene mucha paciencia para esto, pero allá las cosas son distintas, como que son más abiertos, aquí con trabajos vamos sacando para nuestro día a día y allá pues ganamos en dólares.”
De inmediato, al concluir Gerardo de evocar el élan de la frontera, arribó Arturo (25) quien ha sido payaso desde mucho antes de sus días como malabarista callejero: “yo soy payaso, estoy aquí porque se cerraron las plazas, ya no hay muchos eventos y espacios donde pudiera yo trabajar, entonces me vine. Debes de aprender y disfrutarlo. Yo hago mi vestuario, vendo los “boomerang” para hacer los malabares y tengo que sacarle de donde sea mientras espero por un mejor trabajo.” De pronto una luminosidad disfrazó su rostro y mencionó: “es que yo estudié criminología, entonces ya tengo seguro un lugar, nada más estoy en espera de que me llamen, sé que es muy distinto y las jornadas no tienen nada que ver con lo que hago ahora pero bueno, también me gusta.” Reconociendo en su tono de voz un acto de autocompasión, Paola y Gerardo le inyectaron alegría por sus logros.
“Todos vamos creando una red, nos debemos de proteger, en la calle no es sencillo trabajar, algunos te tratan bien, otros no y hay quienes hasta te quieren matar, así es esto, pero por eso estamos, porque amamos el arte y queremos que la gente se de cuenta de eso mientras nos ponemos frente a ellos.” Dijo Gerardo.
Los minutos de presentación de un semáforo en rojo, deben ser por lo menos de un minuto o minuto y medio, para que sus actos valgan la pena. Las horas de entrenamiento diario, la innovación de movimientos, el calor, la lluvia, el hambre, el cansancio, son solo elementos que deben dilucidarse cuando los circenses de la ciudad se planten frente al cúmulo de automóviles.
“En la pandemia sí le hemos sufrido, también nos impidieron trabajar unos meses por el encierro, nos pidieron usar cubrebocas y gel antibacterial y lo hicimos un rato pero, la verdad, preferimos no usarlo ya porque se pierde la impresión de las personas al vernos, no es lo mismo que vean todo nuestro rostro con el maquillaje, que cubierto, siento que eso cambia su perspectiva.” Mencionó Paola.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco semáforos rojos que se vuelven una oportunidad para sentirse dueños de un pedazo de tierra, de sus actos y de su talento inaudito.
(Foto: Aranxa Solleiro)
