2022-01-26-thepelakano

Thepelakano

Llevo casi cinco meses con insomnio, Les. Exactamente cuatro, dos semanas y seis días. Lo sé porque es el tiempo que tu padre lleva muerto. Últimamente he sido mala contigo, como cuando dije que odiaba el té. Lloraste porque beberlo era algo que tu padre disfrutaba, y más, porque desde que recuerdas lo hacía conmigo; nos veías enamorados, charlando, riendo y bebiendo. Creías que nuestro amor olía a la infusión que salía de nuestras tazas, y te gustaba.

Sigues sin terminar ese guion, y a tu jefe le importa un carajo si tu padre fue Figueroa, Del Toro o si se murió ayer. Aprovechas la tarde para estar con Fer. Pasean en su auto y recorren la ciudad. Estás ausente y pregunta qué pasa. Le dices que quieres que todo esté mejor. Te mira hermosa como siempre. La forma en que sus mejillas levantan los labios cuando sonríe te recuerda a esa vez que me viste actuando en el teatro Los Jaguares, apenas llenabas la butaca. Te fortalece. Propone ir a un lugar, pero tomará unas horas. Dices, dudosa, que no quieres regresar tarde, y contesta bromeando que no tendrías que hacerlo si vivieran juntas.

Te lleva al pueblo de sus padres. El lugar te encanta y el calor te hace sentir lejos.  

Pasean por el mercado techado. Un pasillo te sorprende por lo colorido y aromático de las flores que lo ciernen, huele a algo que a tu padre le hubiera gustado sorber mientras filmaba. Ves al anciano ojeroso tendido en el suelo con su petate; sobre él dispone sus flores que, sabes, no son las mejores. Preguntas por las hojas secas y dice que es té; recuerdas a tu papá y a mí. Compras un manojo de limón y otro de monte. Ese de hojas moradas llama tu atención. “Es thepelakanoo zacate de perro, dice. “Sirve para soñar (piensas sólo en mí); pero está vendido y apartado”. Subes la primera oferta y te contesta, oculto, que es un té fuerte. “¿Lo quiere?”, pregunta, tocando su ayate. 

Cuando pagas, agrega: “De preferencia, écheselo unos minutitos antes de dormir, sólo que sea de noche, de día no hace. ¡Ah!, y póngale mucha azúcar o piloncillo, es muy amargo”. 

Llegas de noche; la casa está fría, silenciosa, solitaria. Vas a la sala con una taza de vapor agridulce entre las manos. Estoy de cuclillas en el sillón particular con una cobija envuelta hasta la nariz. La luz de la televisión exagera mis ojeras negras como la noche en la que no puedo dormir. “Es un té para el sueño”, dices mientras acercas la taza a la mesa de centro (mitad del manojo más tres de azúcar y dos de miel). Mi silencio te corre. 

Avanzada la madrugada, antes de que salga el sol, con los ojos rojos llenos de lágrimas, me descobijo y bebo ansiosa el té frío. Es lo más amargo y desagradable que he probado en la vida, Les. 

*

El aire caliente huele a flores que no conozco y estoy feliz porque tomo de la mano a tu padre, que luce igual que yo: joven, como cuando lo conocí. Usa la misma boina y, en el pecho, como si fuera algo normal, pues a nadie en la jardinera del quiosco parece molestarle, tiene un hoyo del tamaño de un plato, por el que puedo ver lo que está detrás suyo. 

Nos sentamos y, como a mí tampoco me interesa su pecho, le pregunto por qué me dejó tan pronto. Contesta que no puedo entender algo tan grande.

Vamos al momento donde nos enamoramos, vemos la escena desde lejos, como espectadores invisibles de un teatro experimental, sin escenario porque estamos en él; vemos nuestra historia en tercera persona, pero cuando termina nos volvemos protagonistas. Del cuello de tu padre cuelga una cámara con la que nos fotografía de vez en cuando. Recorremos tanto, Lesy, que llegamos a Japón, donde siempre quisimos ir; a Egipto, la India. 

Los días me saben a años y los años a thepelakano; creo que estoy soñando. Platiqué todo lo que había platicado con tu padre y más. El hoyo en su pecho se hace cada vez más pequeño. 

Cansados de estar en todos lados, descansamos en un lugar lleno de montañas, ríos, lagos y campos coloridos, en el que tu padre recoge hojas y las seca para beber por la noche. Hablamos cada vez menos. Paso todo el día sentada en el piso de una cabaña que construimos hace tantos años que apenas recuerdo. 

Veo cómo ese maldito agujero se cierra cada vez más, pero llega a un punto del que no pasa. Y él me mira sin parpadear, como esperando que le diga algo que no sé qué es.

Lo veo y siento resignación, vuelvo a recordar que todo es un sueño en el que no tengo nada qué hacer. 

Pasan cientos de años antes de escuchar de nuevo tu voz, Lesy. Es un trueno que retumba por todo lo ancho y largo de las nubes grises, luminosas: “Descansa, mamá”, dices en forma de rayo. “Estás cansada, Lu”, dice tu padre, oculto en la sombra de la cabaña, de donde proviene un “pip, pip” y un centelleo rojo. Lo veo con la atención de una piedra. “No has dormido desde que llegaste”. Atraviesa la sombra con una taza de líquido humeante entre las manos. En su pecho hay un hoyo del tamaño de un dedo.

“Pip, pip”, detrás de él, más rápido. El sabor de ese thepelakano es tan dulce como la miel. Amo la miel.

“Pip, pip”. Al fondo de la cabaña distingo un tripié que sostiene una cámara con temporizador a punto de tomar una foto. Tu padre posa con naturalidad, recargado en mi hombro; pongo esa sonrisa, hija, la que viste en el teatro Los Jaguares cuando niña. 

Flash. Clic. Un sedante ante el que no puedo hacer nada. Recuerdo el sabor dulce del té y duermo en mi propio sueño.

*

Algo te despierta en la madrugada. Bajas las escaleras, somnolienta. Llegas a la sala y me ves tendida en el sillón grande, donde tu padre tomaba la siesta. Quieres sentirte alegre, pero tienes demasiado sueño. Tomas la cobija del suelo y me tapas. “Descansa, mamá”, dices cuando besas mi frente. 

Luego subes y vuelves a dormir. Sueñas con Fer y nosotros, que sonreímos al verlas juntas. 

Goyo Rotten. Estudió comunicación. Ha hecho radio, televisión y escrito para diversos diarios de la ciudad. Actualmente se dedica a hacer marketing digital. Es integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs.


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