Aranxa Solleiro
9/11. 20 años de cambio turístico.
Me encontraba camino al inicio de día de clases de mi segundo año de primaria, la vida percibida tras el umbral de mis ojos era un terciopelo exquisito que solamente emanaba tranquilidad en mi pecho. Recuerdo bien portar el uniforme de gala, pues era martes y hasta el día siguiente usaría el deportivo.
La clase que presenciaría al inicio sería seguramente alguna de matemáticas, español o civismo, al tiempo que el Jefe de Brigada de Bomberos de Nueva York, Joseph Pfiefer, percibía olores a gas emanando de una alcantarilla a 14 cuadras del World Trade Center de la urbe incesante de movimiento. Eran las 8:15 de la mañana para él, pues Nueva York añade una hora más a su reloj a la del centro de México en horario de verano, de acuerdo a relatos que vi por medio de un documental, estaba contento, dado que había cumplido apenas 20 años de servicio, sin saber que minutos más tarde, graduaría su trayectoria con el evento más importante.
Pasaron 149 minutos de un terror infernal a 4 mil 203 kilómetros de distancia de donde me ubicaba yo, mi familia y mis seres queridos, mientras solo me concentraba jugando o preocupándome porque mi color anaranjado se quedaba sin punta, más de dos mil personas ya habían fallecido por el choque de tres aviones con intención de atentar contra la tranquilidad de la nación más “poderosa” del globo terráqueo.
Me enteré, cinco horas después al llegar a casa, mi abuela veía la televisión, el sillón daba frente a la pantalla y lo primero que escuché: “las Torres Gemelas de Nueva York, fueron atentadas por dos aviones”, la voz de Rocha anunciando que se trataba de un acto terrorista, posiblemente me impregnó confusión, pues nunca, en mis pocos años de vida, había escuchado dicho término.
El humo ennegreciendo un cielo saturado de azul, llamas rojizas por las orillas de las ventanas, el desvanecimiento de la Torre Norte y después la Torre Sur, un punto que marcó al mundo, el de todos, incluso el de generaciones que aún no llegan.
Era la misma hora de un 11 de septiembre diez años después, me encontraba cursando el primer año en la Facultad de Turismo y me di cuenta fehacientemente, de los cambios que tuvieron que desplegarse tras aquel atentado. Los programas de estudio insertaban una temática recurrente: terrorismo en el turismo, el término desconocido a mis siete años.
¿Qué cambió para el turismo y para el profesional en turismo a partir del acto terrorista del 11 de septiembre de 2001? Para varios viajar, se convirtió en un suplició, especialmente aquellos que deben viajar en avión. Se instalaron filtros de seguridad incesantes, la inspección de las pertenencias fue obligatoria, el número y tipo de productos permitidos fueron diversificándose, portar documentos legítimos para el acceso de cualquier puerta, incluso aquella del Duty Free.
La crisis para cualquier área turística poco tiempo después de ese día, emanaba precios elevados, pues los seguros de vida y de viaje, debían de ser obligatorios para cualquier paquete de viaje. Se añadió al precio del boleto el impuesto YQ, el cual implica uso de aduanas y seguridad. Las agencias de viaje se vinieron en declive, nadie confiaba en desplazarse a otro país, las fobias entre culturas surgían, pensar en salir del país, significaba un acto de valentía, especialmente aquellos que querían dirigirse a Estados Unidos de América.
Los trabajadores turísticos debieron de incorporar nuevas habilidades, desde los restaurantes, guías de turistas, hasta los que llevan la mayor carga: los trabajadores de aeropuertos. Los impuestos se elevaron, pagar por maletas documentadas se volvió un fastidio y llevar maletas dentro del avión, uno todavía peor.
Los protocolos para la obtención de visas, los pasaportes y permisos de estancia en cualquier nación, debían de ser realizadas y dependiendo de tu nacionalidad, asimismo empezaste a ser tratado.
¿Cuán importante es respetar desde entonces al policía rejego que te pide abrir tu maleta porque encontró algo extraño dentro de ella? Tan importante como si se hubiese hecho el día martes de aquel septiembre de 2001. Nadie podrá salvar a ninguna vida de las ya perdidas, pero sí se podrán salvar otras más.
Viajar, el verbo fascinante, el verbo que penetra espectacular de emoción a cualquier cuerpo humano y el verbo traumático para muchos otros. El turismo, nuevamente, se convirtió en el cómplice, en el enemigo y en un tatuaje que tendrá que cargar consigo hasta el final de nuestra historia, salvarlo, sigue siendo la asignatura pendiente.
Confesiones en: Twitter: @aranx_solleiro, Instagram: @arasolleiro y aranxaas94@gmail.com
(Foto: web)
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