Eric Rosas
Como cada año en octubre, esta semana se anunciarán a los ganadores de los premios que otorga la Fundación Nobel. Estos premios nacieron de la voluntad de Alfred Nobel, de utilizar su fortuna para resarcir con la humanidad el agravio que sentía haberle causado, luego de haber inventado la dinamita. El 27 de noviembre de 1895, el sueco Alfred Nobel firmó la versión definitiva de su testamento, en el que destinó la mayor parte de su riqueza para premiar a aquellas personas que lograran grandes avances en beneficio de la humanidad, en los campos de la fisiología o medicina, la física, la química, la literatura y el activismo en favor de la preservación de la paz. Un año después, al fallecer Nobel y tras conocerse el contenido de su testamento, sus familiares se opusieron y debieron transcurrir cinco años para que finalmente acataran la voluntad del acaecido. Nacieron entonces los cinco Premios Nobel: en Fisiología o Medicina, Física, Química, Literatura y Paz. En 1968 el Banco Central Sueco estableció un fideicomiso que permitiera premiar los logros en materia económica, con lo que se incorporó el Premio del Banco Central Sueco en Ciencias Económicas entregado en memoria de Alfred Nobel.
Desde 1901 y hasta el año pasado, los comúnmente conocidos como Premios Nobel, han sido entregados en 590 oportunidades: 112 en física, 110 en química, 109 en medicina, 110 en literatura, 99 en paz y 50 en economía. En todos estos años 904 personas y 24 organizaciones han recibido el galardón, algunos de ellos en más de una oportunidad. Los Estados Unidos de América, el Reino Unido, Alemania y Francia, encabezan, en ese orden, la lista de galardonados, en tanto que tan sólo tres mexicanos han obtenido esta máxima distinción: Alfonso García Robles en paz en 1982, Octavio Paz Lozano en literatura en 1990 y Mario José Molina-Pasquel Henríquez en química en 1995.
En general los países latinoamericanos sólo han conseguido galardones Nobel en disciplinas como la literatura y el activismo en favor de la paz, y acaso algunos muy contados en ciencias exactas, económicas o de la salud. En el caso mexicano, incluso el premio de 1995 en química, a pesar de haber sido concedido a un nacional, reconoce un trabajo realizado en una institución estadounidense y por ello no puede ser considerado como un logro de México. Esta situación resulta sumamente reveladora de los problemas estructurales que como país tenemos en materia de ciencia y tecnología, y de la indiferencia que como sociedad manifestamos por estas actividades.
Para que alguna persona o grupo de investigación pueda adentrarse a fondo en la solución de alguna problemática fundamental de la ciencia, se requiere no únicamente de un talento excepcional y una disciplina a prueba de todo, sino también de la existencia de una infraestructura física y administrativa que le permita mantener su actividad al mayor nivel de profundidad por largos periodos de tiempo. Estos requisitos son difíciles de encontrar en las instituciones mexicanas, que están sujetas a la urgencia de resultados sexenales y que padecen la carencia crónica de recursos. La inadecuada comprensión del objetivo que persigue la ciencia, ha hecho que en México se establezcan programas como el Sistema Nacional de Investigadores, que fomentan la superficialidad en la actividad científica y terminan por convertirse en lastres del desarrollo de la ciencia y la tecnología en México.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
e.rosas@prodigy.net.mx
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