Ximena Barragán
En general, el culto a las celebridades me perturba mucho, no alcanzo a entender el motivo de elevar a un individuo, por talentoso que sea, a nivel de ídolo; pero, considero que sí hay que reconocer las aportaciones de algunos a la evolución social.
Tal es el caso de la Miss Americana Herself, que esta última semana ha sido epicentro del metaverso, de twitter, de Tumblr y de muchas otras plataformas que seguro no conozco (hasta al One Night Only de Adele le ganó en notoriedad).
Con el lanzamiento de la versión de 10 minutos y short film de “All too well”, Taylor Swift da de qué hablar, y no solamente en el mundo del espectáculo, sino, más trascendentemente, creo yo, en el movimiento feminista.
Ni escritoras ni académicas ni activistas han podido mantenerse al margen de la conversación de todo lo que este acontecimiento web significó.
Más allá de la calidad artística de la pieza audiovisual, en la que incursiona como directora (hecho que importa) y la composición musical, que no debemos demeritar por su carácter comercial y popero, “All too well” es un posicionamiento, un posicionamiento de denuncia y rechazo a los abusos de hombres maduros en relaciones emocionales con mujeres jóvenes (casi adolescentes). Uno de tantos posicionamientos que, aunque yo no quise ver antes, Taylor Swift abandera desde el inicio de su carrera.
Hoy se discute si es necesario analizar el contenido de sus letras, de sus álbumes en conjunto, de sus vídeos.
Mis conocimientos en la materia (no tengo ninguna especialidad ni estudios formales en género) no me permiten atreverme a sugerir la visión, delimitación del objeto de estudio o perspectiva de análisis.
Pero, desde aquí, desde la literatura, desde esta suerte de ensayo sí puedo escribir, afirmar y sostener que, de la canción, del vídeo y de la autora, vale la pena hablar, vale la pena escribir (como ya lo hizo, de una forma muy bonita y acertada, Karla Michelle Canett (y muchas otras, seguro).
Vale la pena hablar, vale la pena escribir de una mujer que desde muy joven, desde que era niña, realmente, tuvo la valentía de denunciar, dar sentido y reclamar por los dolores que causan los hombres a las mujeres a través de comportamientos normalizados y horribles, minimizando siempre lo que las mujeres sienten y exaltándose ellos.
Esta mujer gringa, blanca, privilegiada, da voz a adolescentes y mujeres, a algunas de las cuales, aquellas que no han tenido la oportunidad de acceder a herramientas psicológicas y académicas, también proporciona un espacio de reconocimiento, una afirmación de que ellas son valiosas, que sus sentimientos merecen ser respetados y que no, no está bien terminar una relación por teléfono, salir con muchas sin sentar bases equitativas previamente, llamarnos “locas, exageradas” por manifestarnos ofendidas ante ciertas conductas.
La aportación de esta horneadora de galletas y amante de los gatos al movimiento feminista, aunque no formal, es relevante, relevantísima.
Es tan relevante que a muchísimos hombres heterosexuales les incomoda su existencia, no sólo porque se atreve a reclamar e incentiva a otras a no dejarse, sino por la rotunda negativa a vender una imagen hipersexualizada, o sus propias canciones, como producto comercial para consumo masculino, y eso les irrita mucho.
Entonces, no sé si desde el feminismo académico valga la pena, sí desde el activismos pueda ser relevante, pero, por lo menos desde estas líneas, desde mi cotidianidad, yo ya escribí, y seguiré hablando de ella, celebrando su posición de poder en el mundo el entretenimiento y cantando sus canciones.
(Foto: web)
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