Hace más o menos dos años, por azares del algoritmo de Facebook, llegó a mí la invitación abierta a pertenecer a los talleres de poesía y de narrativa de la revista Grafógrafxs. Naturalmente, lo que más llamó mi atención era la frase “abierto a todo público”, pues al ser la música el oficio que ejerzo, consideraba que acercarse a las letras era complejo y poco usual.
Un año y una pandemia después han pasado desde aquel día que asistí por primera vez, y sigo siendo un integrante asiduo de manera obsesiva a las sesiones sabatinas. El taller no sólo ha hecho que tenga una visión crítica de los textos, me ha conectado con personas y personajes que indudablemente no hubiera podido encontrar de otra manera.
Entre anécdotas, recomendaciones, críticas, desacuerdos, negociaciones, correcciones, elogios, el taller me ha impulsado a desarrollar esas habilidades aplicadas a la composición musical (relacionadas con el ritmo de trabajo, formas de opinar, maneras de “enchular” una partitura, estrategias y mañas para completarla). Le deseo larga vida al taller y a esos seres humanos que lo hacen, que forman y deforman cada semana. Y como cada sábado, ahí estaré (cuando se pueda) sin falta.