Daniel Cortez

No ha pasado mucho tiempo en que el reloj me enseñó a apreciar los segunderos, saber que la vida es un hilo que se rompe por una u otra razón, desde entonces sólo tengo tiempo para soñar, para nacer cada día y darme el lujo de perecer cada noche al compás de una vela que acompaña la intimidad de mi solitaria habitación donde mi fetiche normal y más vulgar que he encontrado usa mis ojos y mis labios para encontrar emoción y pasión en lo cotidiano de unas letras.

Entre las hojas que cautivan mi tacto y el incendio que emerge del pecho seduzco el ambiente, he de reconocer que el tiempo se ha vuelto mi aliado, no vuela sin sentido como antes, ahora es un caminar cotidiano en el breve presente, se ha vuelto la esperanza de metas y guardián de momentos, historias que acaban al terminar un desayuno o después de morir y renacer una mañana acribillando sudores.

Tan cerca de las ilusiones, distante del cielo, es necesario ver el fuego del infierno para llegar a detalle y tan tranquilo sentir que se toca el momento… fue así que comprendí que mis pasos son solitarios, quizá acompañando el sueño de alguien o reconstruyendo corazones heridos para que vuelvan a sentir, no soy vida para una compañía, soy un motor, un instante en el péndulo de alguien para volver a reír, un ángel en el infierno de un soñador, un diablo en el paraíso de la piel con emoción…

Por primera vez en mucho tiempo y después de todo he pensado adquirir un reloj.