Eric Rosas
Más que una esperanza
Este 2020 le ha presentado a la comunidad científica del mundo entero uno de los más grandes retos de la época contemporánea: superar la pandemia de Covid-19. Para estas fechas de hace un año, el brote inicial en la provincia china de Wuhan ya había levantado la alerta internacional, y las escenas dantescas ocurridas en Europa, principalmente en Italia, aterraban a Occidente, cuyos líderes políticos se pasmaron en sus cálculos electorales, en lugar de actuar con honestidad y valentía.
Pero a tan sólo doce meses de distancia, y luego de trabajar con un espíritu de cooperación pocas veces visto antes, la comunidad científica y tecnológica internacional, en particular la ligada a los ámbitos biotecnológico y farmacéutico, ha logrado una proeza de proporciones épicas: desarrollar en un tiempo inusitadamente reducido, no una, sino todo un abanico de vacunas contra la pandémica infección. El poner a disposición de los organismos del cuidado de la salud una inmunización que permitirá a las naciones ofrecer a sus poblaciones una ruta de escape de la muerte, representa para el mundo entero mucho más que una esperanza, constituye una realidad demostrada en incontables oportunidades.
Las vacunas son la herencia evolucionada de las variolizaciones de costras o pus de la viruela que se realizaban con mediana eficiencia en la segunda mitad del siglo XVIII y que en 1796 Edward Jenner refinó para combatir esa enfermedad infecciosa que, por aquellas fechas, cobraba la vida de unas 400 mil personas al año, tan sólo en Europa, estadística de la que formaron parte cuatro reyes y una reina. Desde entonces, la ciencia y la tecnología de las inoculaciones ha logrado avances inconmensurables y, por ejemplo, tras innumerables campañas de vacunación implementadas en todo el orbe, esta técnica logró erradicar a la viruela en 1980.
También desde sus albores las vacunas han sido blanco de múltiples difamaciones, originadas en un sinnúmero de ocurrencias tan absurdas como las que en el siglo XIX sugerían que en la inyección estaba contenido el espíritu malévolo del demonio y al inoculado comenzarían a crecerle cuernos tras la inmunización; o las que en pleno siglo XXI afirman intenciones conspirativas tan fuera de la realidad como que, con la vacuna contra la Covid-19, los gobiernos aprovecharán para insertar chips nanométricos que les servirán para controlar a distancia a los individuos. Existen también otros movimientos antivacunas que se basan en la creencia – quizá genuina – de que el resultar infectado es la voluntad de una entidad divina, que no debe ser evitada, sino aceptarse resignadamente; o que inducir con la vacuna un proceso de generación de anticuerpos, implica ir en contra de la naturaleza.
Pero la realidad es que tan sólo en el Reino Unido, por ejemplo, la inoculación de la población, sostenida a través de las campañas de aplicación de las vacunas, ha entregado sólo historias de éxito. Ahí la vacuna contra la difteria incorporada en 1940 redujo a cero en sólo una década, los 55 mil fallecimientos que hasta antes causaba la infección en promedio cada año. Historias similares están sólidamente documentadas para enfermedades contagiosas como el sarampión, la tosferina, la meningitis tipo C, la influenza tipo B y la polio, entre muchas otras. Con tal cúmulo de evidencia en favor del efecto benéfico que poseen las vacunas, sólo resta exigir a los políticos, que eviten lucrar electoralmente con las campañas de vacunación contra la Covid-19 y mejor se enfoquen en combatir a sus deshonestos detractores.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
e.rosas@prodigy.net.mx
Twitter: @DrEricRosas
28 de diciembre de 2020
