2020-06-04-desigualdad-urbana-para-quien-y-para-que-estan-las-ciudades

Desarrollo urbano, sólo para las élites: raiz de precairiedad para la “clase baja”

Los espacios urbanos siempre han atendido las necesidades de la élite, pero la reacción de la comunidad a la pandemia muestra que no tiene que ser así. Hasta hace poco, muchos expertos profetizaron un futuro urbano. La pandemia ha dejado ese futuro mucho menos claro. El coronavirus ha causado la muerte de cientos de miles de residentes urbanos. Tanto los propietarios de segundas viviendas como los trabajadores migrantes han huido al campo. 

Aranxa Albarrán

Una vez más, las ciudades se están presentando como amenazas para la salud pública y el orden social. Algunos comentaristas creen que habrá un éxodo masivo de las ciudades, una tendencia acelerada por el trabajo en casa y que las ciudades grandes y densas ya no son viables. Otros urbanistas han argumentado que la vida en la ciudad puede ser canjeada por pequeños cambios en los paisajes urbanos existentes, como peatonalizar las calles, alterar los códigos de zonificación o implementar nuevas tecnologías de "ciudad inteligente".

Ambas posiciones están fuera de lugar. En lugar de preguntar si las ciudades seguirán existiendo, deberíamos preguntar, a la luz de la pandemia, quién y para qué están las ciudades.

No existe una relación simple entre la urbanización y las enfermedades infecciosas. Los investigadores han rastreado cómo las interacciones en las periferias urbano-rurales crean nuevas vulnerabilidades a las enfermedades. Pero un estudio publicado en 2017 que examinó 60 países encontró que, en general, las cargas de enfermedades infecciosas disminuyeron con la urbanización. Si bien las epidemias han devastado periódicamente a las comunidades urbanas pobres y marginadas, las ciudades también han generado nuevas políticas de salud, reformas de vivienda y movimientos sociales que ayudan a las personas a luchar y sobrevivir a las enfermedades.

Gran parte de la ansiedad por las ciudades durante la pandemia de coronavirus se ha centrado en el temor de que la densidad de la población pueda aumentar el riesgo de contagio. Pero la densidad y el hacinamiento no son lo mismo. El hacinamiento es el resultado de la desigualdad y la crisis de la vivienda, no es una característica inmutable de la vida urbana.

Si pronosticar el fin de la urbanización es una distracción, entonces el argumento opuesto -que las ciudades pueden continuar como antes, sólo con más opciones gastronómicas al aire libre – es igualmente mal juzgado. Tanto la pandemia como las batallas que se libran en las ciudades han puesto de manifiesto un hecho ineludible sobre la vida urbana: las ciudades privatizadas, financieramente, altamente desiguales, no funcionan para la mayoría de sus habitantes. Las ciudades todavía tienen futuro, pero el tipo específico de ciudad que se ha vuelto dominante globalmente hoy en día no debería tener un lugar en él.

En lugares como la Ciudad de México y Nueva York, el modelo de desarrollo de las últimas décadas ha atendido las necesidades de individuos de élite, corporaciones poderosas e inversionistas adinerados. Estas ciudades han sido inundadas de viviendas de lujo, costosos edificios de oficinas, nuevos distritos de negocios, comodidades para la llamada "clase creativa" y áreas aspiracionales de parque estilo High Line (un parque público construido en espacios de relevancia histórica dentro de una ciudad) El espacio urbano ha sido optimizado para la extracción de rentas, la especulación inmobiliaria y la gentrificación.

Los gobiernos han perseguido la rentabilidad del sector privado y se han aplazado a los gustos de la clase media, y han sido elogiados por los urbanistas por hacerlo, al tiempo que permiten el deterioro de los servicios sociales y las instituciones públicas y la intensificación de la desigualdad. Incluso antes de la pandemia, este paradigma era un desastre. La vivienda se ha vuelto inasequible e insegura. El trabajo se ha vuelto casualizado y los salarios se han estancado, dejando a muchos trabajadores incapaces de mantener un nivel de vida adecuado. A pesar de las pretensiones hacia el multiculturalismo, una estructura de poder blanco ha mantenido desigualdades racializadas en casi todos los aspectos de la vida económica y política, incluida la vivienda y  la salud.

Viviana Fernández (43 años, vendedora de dulces)

Sí me habían dicho que no saliera y lo dejé de hacer ya casi por dos meses pero prefiero ganarme 20 pesos al menos que quedarme en mi casa. No vivo lejos, como a 30 minutos si me voy en camión, cerca de San Felipe Tlalmimilolpan pero a veces prefiero gastarme poco de lo que estoy ganando ahorita en comprarme un pan y me voy caminando. Cada día se ve más gente, pero aun así todavía no llega a como estaba antes, hay días que saco menos de 50 pesos. Llevo trabajando como tres años más o menos aquí y trabajo todos los días menos domingo. A veces una piensa que los carros grandes y bonitos son los que comprarán pero luego son los que menos hacen caso, sé que así es esto y ni modo, tengo que ganarme la vida.

Es este modelo urbano el que ha demostrado ser muy vulnerable a la pandemia covid-19. Los trabajadores mal pagados, pero esenciales, como las enfermeras y los trabajadores de los supermercados, han sido valorados fuera de los distritos centrales, poniendo en peligro a los sectores económicos y sociales clave. El autoaislamiento es imposible en viviendas superpobladas, lo que ha alimentado la propagación del virus.

Las zonas pobres y marginadas se ven afectadas desproporcionadamente por la contaminación atmosférica, que se ha traducido en mayores tasas de mortalidad en las comunidades de color de bajos ingresos. Para muchos habitantes de la ciudad de clase trabajadora, el costo y la precariedad de la vida cotidiana han hecho de la cuarentena un lujo que no pueden permitirse. Por lo tanto, principalmente las zonas de clase trabajadora en ciudades extremadamente desiguales, como Ciudad de México o incluso Toluca, han sido golpeadas especialmente por el coronavirus. Las comunidades urbanas despojadas y explotadas sufrieron en epidemias anteriores, y están soportando la peor parte de la actual.

Si la pandemia es una prueba de estrés para las ciudades moldeadas por y para el capitalismo financiero, está fallando miserablemente. Las ciudades necesitan cambiar radicalmente, deben ser más igualitarias, más democráticas y más capaces de satisfacer las necesidades humanas reales. El desarrollo urbano debe centrarse en la provisión de bienestar social, infraestructura sanitaria, servicios municipales, transporte público descarbonizado, igualdad racial real y vivienda garantizada para todos. La única solución a las crisis urbanas a las que nos enfrentamos es establecer una nueva dirección para las ciudades que revierta las desigualdades que esta pandemia ha expuesto.

A medida que las ciudades comienzan a cambiar en respuesta a la pandemia, es crucial que no vuelvan a su trayectoria anterior. La verdadera amenaza no es que la vida urbana desaparezca, sino que persistirá la desigualdad y la injusticia del status quo urbano.

Foto: Aranxa Albarrán


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