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Oquetza, camino a la raíz 18

Carla Valdespino Vargas

Tollocan IV: Un paseo y una puerta

Mi niñez transcurrió en una colonia de Metepec muy cercana a la Cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma, por las noches se escuchaba el sonido peculiar de sus calderas, así como el rítmico martilleo del cambio de los durmientes. El peculiar ulular del tren avisando su paso formó parte de mis días. A veces, lo veía recorrer las vías cuando íbamos hacia a Toluca y me emocionaba cuando era el tren azul, pues podría decir “adiós” a los pasajeros; muchas personas respondían, otras iban absortas en su vida, llegarían pronto a la estación. No recuerdo en qué momento los trenes azules ya no fueron parte del paisaje industrial que envolvía mi espacio; solo sé que el paso del tren es de las cosas más relajantes que puedo experimentar. Sí, aunque sea el tren de Chrysler con sus interminables maniobras. 

No puedo decir con exactitud cuántos años tenía cuando me subí al tren por primera vez, solo recuerdo que mis papás planearon un peculiar viaje: caminaríamos por Paseo Tollocan hasta la Estación Santa Rosa, ahí lo abordaríamos rumbo a la Estación de Toluca. Mis hermanas y yo realmente íbamos muy emocionadas. Mi memoria solo registra mirar los árboles de Tollocan.

El Paseo Tollocan es uno de los pocos proyectos urbanísticos del país que contemplaba a los todos los actores sociales: peatones, ciclistas, automóviles, trenes, transporte pesado, todos ellos relacionados con la naturaleza. Por desgracia, hoy se ha dado prioridad a los autos, la ciclovía ha desaparecido y resulta imposible cruzar a las pocas áreas verdes que quedan, para caminar o hacer un día de campo, actividad cotidiana en mi niñez. Se han olvidado las estructuras de tezontle que escalé muchas veces y que en mi adolescencia visitaba, junto con una de mis hermanas, para ver pasar el tren. Las palomas de metal han sido desterradas y las señales de concreto, que marcaban el cruce del tren, han sido demolidas. 

 Ese Paseo Tollocan que miré desde el tren azul, ya no existe; así como la Puerta Tolotzin, aquella gigantesca escultura edificada en honor al dios Tolo y que daba la bienvenida a Toluca, que fue demolida para construir las Torres del Bicentenario. Espacios arquitectónicos y urbanísticos que generaban identidad a través del nombre comienzan a desvanecerse en aras de la modernidad.

¿Acaso estoy siendo nostálgica? 

Espacio de reflexión decolonial sobre el mundo mesoamericano y

las naciones indígenas del siglo XXI

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Nacional
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