La mañana empieza a golpear en mi poema.
Las mañanas, los martillos veloces, las grandes flores
líricas.
Muchas cosas comienzan a golpear contra los muros de mi poema.
Escucho un poco con miedo el ruido de las gárgolas,
el giro de los rosetones de mi
poema golpeado por la revelación de las cosas.
Los finos ramos de la cabeza cantan movidos
por la sangre.
Tal vez enloquezca a la orilla de esta oscuridad
rápidamente transfigurada.
Golpean en las puertas de las palabras,
suben los escalones de esta intimidad.
Es como una casa, es como los pies y las manos
de las personas invasoras y calientes.
Estoy recostado en mi poema. Estoy universalmente solo,
acostado de espaldas, con la nariz que aspira,
la boca que enmudece,
el sexo negro en su quieto pensamiento.
Golpean, suben, abren, cierran,
gritan alrededor de mi carne que es la complicada carne
del poema.
Una inspiración hiende lirios en mi cabeza,
los hiende a la mitad
como los rayos hienden las sencillas copas de piedra.
Yo sonrío y llevo tomado de la mano a este niño poderoso,
una visita de la sangre llena de luces interiores.
Lo acompaño, como tocando una especie de paisaje
levitante,
las palabras personas caudas luminosas ascéticas aldeas.
Es la madrugada y la noche que ruedan sobre los tejados
del poema. Es dios que rueda y la muerte
y la violenta vida. Y mi corazón es un portavelas
a la orilla
del pueblo que ante mí separa las espinas de las formas
y trae su pureza aguda y legítima.
—Traen liras en las manos, traen en las manos brutales
pequeños clavos de oro o peces delicados
de música fría.
—Yo enloquezco con la dulzura de los meses perezosos.
El poema me duele, me hace feliz y trágico.
El pueblo lleva cosas para su casa
de mi poema.
Yo despierto y grito, pego con los martillos
de los días de mi muerte
la materia secreta de la que está hecho el poema.
—La mañana comienza a colocar el poema en la parte
más límpida de la vida. Y el pueblo lo canta
mientras se deshace en los campos que se levantan
a la cumbre de las savias.
La mañana comienza a dispersar el poema en la luz incontenible
del mundo.
Traducción de Sergio Ernesto Ríos
Herberto Helder (Funchal, Portugal, 1930). Fue poeta, periodista, bibliotecario, traductor y locutor. No le gustaba conceder entrevistas, que le tomaran fotografías ni recibir premios (en 1994, rechazó el Premio Fernando Pessoa). Entre sus obras se encuentran Do Mundo (1994), Poesia Toda (1981) y Ou o Poema Contínuo (2001).
Sergio Ernesto Ríos (Toluca, 1981). Es director de Grafógrafxs, revista de literatura de la Universidad Autónoma del Estado de México y secretario del Centro Toluqueño de Escritores. Publicó Larga oda a la salvación de Osvaldo (UANL, 2019), en coautoría con Minerva Reynosa; El ganador del primer premio del centro de estudios interplanetarios (Periferia de escribidores forasteros, 2019); máquina portadora de cabezas (edición digital, 2018); Quienquiera que seas (FOEM, 2015); Brazuca (Palacio de la fatalidad, 2015); Obras cumbres (Bongobooks, 2014); La czarigüeya escribe (Editorial Analfabeta, 2014), en coautoría con Diana Garza Islas; Muerte del dandysmo a quemarropa (UANL, 2012), y Mi nombre de guerra es Albión (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010). Tradujo del portugués copia_de_seguridad_3.1 (Grafógrafxs, 2021), de Érica Zíngano, Una confesión en la boca de la noche, de Danilo Bueno (Grafógrafxs, 2021); Boa sorte, 7 poetas brasileñas (Grafógrafxs, 2020); Apocalipsis sustentable & otros poemas (Grafógrafxs, 2022) y Bruno Brum a ritmo de aventura, de Bruno Brum (Palacio de la fatalidad, 2017); Droguería de éter y de sombra, de Luís Aranha (Palacio de la Fatalidad, 2014); Oda a Fernando Pessoa (Palacio de la Fatalidad, 2017), Paranoia (Palacio de la Fatalidad, 2013) y Voy a moler tu cerebro (Red de los poetas salvajes, 2010), de Roberto Piva; y la antología de poetas brasileños nacidos en los ochentas Escuela Brasileña de Antropofagia (Kodama Cartonera, 2011). Tradujo del inglés, con Diana Garza Islas, Una noche, senté a Donald J. Trump en mis rodillas/Y otras teorías estéticas del siglo XXI (Oficina Perambulante y Palacio de la Fatalidad, 2017), a partir de un ejercicio de Chris Rodley.
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