Aranxa Solleiro
Llegamos a la fecha estimada desde hace 19 días, el ejército ruso penetró despiadado las fronteras ucranianas que con años se habían fraguado orgullosamente por una democracia autónoma. Atónitos quedamos todos, el recuerdo -si es que había- de atacantes israelíes, estadounidenses, iraquíes y talibanes, se nos borraron de la memoria.
El mundo se tornó oscuro, como si las nubes cargadas de lluvia se hubieran colocado en la nuca de todos. Nos abrazamos, el temor se empezó a reír de cada uno de nosotros, percibimos por un instante un futuro ennegrecido, con grietas imposibles de rellenarse y preferimos, ahora sí, sentarnos frente al televisor mientras nos bombardean también la mente, los oídos y la mirada.
Lo primero que surgió no solamente en la boca de los habitantes de cualquier país -menos el ruso-, fue una serie de injurias hacia el presidente Vladimir Putin, como si de nosotros constara el imperio de la paz y la derrocación del orgullo y los intereses políticos, económicos y naturales. Para fortalecernos, escuchamos de parte de los integrantes de la ONU y de otros presidentes, la sanción atractiva de vetar a la nación rusa de prácticamente todo. ¿Se lo merece? Por supuesto, pero en un sentido individual, es decir, el castigo debería ser solamente una afectación hacia Putin y no directamente hacia sus habitantes.
Sorprendió entonces que de los pocos países participantes en las Naciones Unidas como México, no se presentara una sanción hacia la Federación Rusa, pues lo que se considera importante es mantener un lazo estrecho con cualquier nación en el mundo. Después de la difusión de información al respecto, como Rusia con Mariupol, Irpin, Odesa y Kiev, el Gobierno mexicano fue atacado con comentarios que refutaban la decisión y la calificaban de cobarde e imprecisa.
En términos turísticos, he de decir que si México cierra sus acuerdos con Rusia, afectaría gravemente a su estructura social y sobre todo económica, dado que el país más grande del mundo, en términos de tamaño, no podría visitar ninguna playa, desierto, selva o ciudad, lo que para ellos significaría una devastación, pues de acuerdo con estadísticas de la Secretaría de Turismo Federal, Rusia es el tercer país que más visita México, con tan solo 75 mil 446 turistas al año y con una derrama económica de 83 millones 758 mil dólares.
De la información anterior, no solamente se pierde el ingreso, sino también la pérdida de empleos, la tendencia de disminuir el salario de los trabajadores turísticos y sobre todo, el contribuir a la mejor publicidad para fortalecer la imagen del país, la que se da de boca en boca.
Desde 2021, se tenían estimados más de 78 mil asientos provenientes de Rusia, sin embargo, el conflicto bélico con Ucrania desde ahora, ha afectado el número de vuelos y por supuesto, el número de visitas a los pueblos, las playas y las ciudades.
La nueva guerra fría, como lo mencionó hace unos días Chomsky, nos ha impuesto un torbellino de pensamientos que nos ciegan de diversas posibilidades, de seguir contribuyendo al beneficio y a la compartición de ideas, usos y costumbres que nos unifican como sociedad universal. El objetivo turístico se pierde y la devastación impera nuevamente.
Ahora, se tiene la esperanza de que no contemplen nuestros ojos desde nuestros asientos, una nueva guerra europea, que por su simple ubicación, podría desencadenar una tercera guerra mundial que nos llevaría no solo a perder vuelos, sino más seres humanos con intenciones de fortalecer al tejido social.
Confesiones en: Twitter: @aranx_solleiro, Instagram: @arasolleiro y aranxaas94@gmail.com
(Foto: Cuartoscuro)
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