2020-12-15-gota-a-gota-52

Gota a Gota 56

El matriarcado 

Augusto Isla 

Poco a poco unos se van. Pero otros llegan. Los que se van es porque, al fin, han despertado de una pesadilla. Al cumplirse dos años del desquiciado ‘gobierno’ del tabasqueño, el señor Alfonso Romo se ha ido. Y ha hecho bien. Ha escapado como una ratita asustada. Aunque todo parece que ha sido tersa la despedida, pues incluso se filmó un video en el que amablemente conversan el empresario y el cacique, la verdad podría ser otra. Romo ha declarado a un medio de comunicación que ‘es muy complicado explicarle a una persona cómo funciona la economía a alguien que no ha sabido lo que es un negocio, una empresa y las fuerzas que operan para que éstas funcionen (…) explicarle al Presidente y que decida la señora Beatriz es desesperante’. Pero ¿qué es lo que decide la señora? No queda claro. Que es mandona, resulta obvio. Que ella lo ha inducido a exigir perdones tanto al Vaticano como a la Corona Española, no hay duda. Pues de esto cree saber tanto de la conquista como nadie; no obstante sea errática su visión ‘académica’. La señora tiene carácter, es pendenciera. Como su marido. Una matriarca hecha y derecha. A menudo insolente como cuando respondió a los padres de los niños que sufren cáncer. Nula empatía. Como si solo hielo corriese por sus venas. ¿Cómplice de la ‘enorme corrupción que se está dando’, como afirma Romo? ¿Y de los desatinos provenientes de los nuevos nombramientos? Tatiana Clouthier en la Secretaría de Economía, que desconoce el precio de la tortilla, por decir; Elvira Concheiro, como Tesorera de la Nación, una marxóloga de medio pelo de cuyas arengas dogmáticas y torpes soy testigo… Leales tal vez, sin embargo ineptas a todas luces. Pero como se pregunta el prestigiado cardiólogo Javier González Maciel, en una carta abierta dirigida al mandamás, ¿o manda menos?: ‘¿Qué puede venir de un presidente que en vez de comportarse como un estadista y de gobernar sin distingos para todos los mexicanos, fomentando así el progreso y el logro productivo, atiza el rencor, aviva el resentimiento y siembra el encono entre sus huestes?’ Nada que no sea llevarnos al precipicio, podemos aguardar de un alma emponzoñada que predica el bien, aunque en él fluyan humores de un fascista, que “acusa, insulta, agrede como si fuera honesto”, tal lo define Norberto Bobbio. El fascista es solo un criminal, un sociópata que persigue una carrera política. En el poder no vacila en torturar, violar, robar las pertenencias de otros, su libertad y sus derechos. Más que corrupción, el fascista practica la maldad. Simula perseguir a aquella, la señala con dedo flamígero, con la vehemencia de un ángel iracundo que va en pos de Satanás. 


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Nacional
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