Los conservadores
El presidente de la República amanece cada día con un ‘palabrario’ envenenado que califica a quienes no piensan como él. Pero él es así. No se concibe sin ese enemigo imaginario que son ‘los conservadores’ que, dicho aparte, nunca ha definido. ¿O solo son un fantasma? ¿Un referente de su amargo discurso? Al menos para mí no es más un agravio estéril. Un disparo que se pierde en el viento. Incluso un halago.
Mucho hay que conservar en este planeta, en sus soles. Mucho en esta patria, en su democracia que no acaba de nacer sana y fuerte. Mucho en la vida de cada uno de nosotros. En la Polis y en el Oikos. En el ámbito público, en la familia y los amigos. Soy pues, un conservador. Orgullosamente conservador. Porque quiero conservar mi vida, mis libertades. Quiero conservar mis ‘clásicos’ literarios en el más amplio sentido: poetas, pensadores… Regalos del tiempo. Y mis raíces antiguas y modernas. Porque quiero conservar mis ojos para contemplar la magnificencia de las obras del hombre: la pintura, la arquitectura. Un retrato de Leonardo, un puente escrito sobre las aguas de la remota China. Porque quiero conservar mis oídos para gozar a Bach, las notas sincopadas de Charlie Parker y el palpitar de las estrellas. Porque quiero conservar mi optimismo, seguro de que la utopía de hoy será realidad mañana, seguro de que los tiranos también mueren, aunque se piensen eternos. Quiero ser conservador para comprender el alma de los otros, siempre lejana y nunca abandonar el sentido de la compasión.
No es, pues, un pecado ser conservador. Quien así lo crea está muerto en vida. Como la madre de Franz Kafka, de quien éste decía: “se afana por no vivir”. Y lo afirmaba quien pasó por este mundo escudriñando lo imposible, imaginando un castillo que no existía, quien redactó la carta más conmovida dirigida a un padre que no pudo descifrar sus prodigios secretos.
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Edmund Burke, el admirable conservador inglés, resume así lo que dibujan estas líneas balbuceantes: “La vida es bella, y vale la pena vivirla sea cual fuere su final. Mucho que ver y que hacer todos los días. Hay vino y cosas que comer. Y escaparates que contemplar. Y amigos que esperan que nos acerquemos a ellos. Y libros que leer y música que oír”. Así pues, que nadie se sienta herido porque alguien, ungido por una papeleta electoral, le llama “conservador”.
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