Reconocida como símbolo de la cultura mexicana en todo el mundo, la piñata es un elemento casi implícito en cada celebración a lo largo del país, particularmente en aquellas alusivas a las festividades decembrinas.
Ximena Barragán
Aunque actualmente presentada en muchas formas y elaborada de distintos materiales, la tradicional piñata corresponde a una olla de barro forrada de papel, de la cual surgen 7 picos forrados, también, en colores llamativos y rellenas de frutas y semillas, que se cuelga a lo alto para ser rota con un palo o garrote por una persona vendada de los ojos.
El juego de la piñata toma lugar, principalmente, en las nueve fiestas previas a la navidad, las posadas, en cuyo contexto, el diseño es altamente simbólico: los siete picos representan los siete pecados capitales; los colores brillantes, la tentación, la venda, la fé, el palo la fuerza y el relleno, los frutos de vencer la tentación.
Casi por todos conocidos es la historia del origen asiático de las piñatas, utilizadas en China en las celebraciones de año nuevo y su difusión en Europa por Marco Polo, pero pocos conocen los antecedentes prehispánicos del sincretismo detrás de la tradición: un regalo a Huitzilopochtli, colocado a lo alto de su templo y un juego maya que involucra chocolate derretido y mecate.
Precisamente esos orígenes, así como las aportaciones católicas y sus adaptaciones a las fiestas de cumpleaños a nuestros días fueron discutidos en la última tertulia cultural de 2019 en el Museo Virreinal de Zinacantepec, en la que participaron artesanos del municipio de Acolman (reconocido por la fabricación de piñatas) y la asidua audiencia de los municipios aledaños.
(Foto: Luz Gutiérrez)
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