Adrelll Romero
Veintisiete veladoras encendidas en el funeral. La última mujer de aquella casa había muerto. Yo guardaba silencio mientras los familiares se paraban a un costado del féretro. Te vi ahí, tus ojos eran esas 27 veladoras. Una mujer más, me dijiste. Moví la cabeza y se me estremeció el cuerpo.
Tus ojos iluminaron mis recuerdos: la danza de la noche, el fuego comía romero y perfumaba el tiempo. Mujeres coronadas con laurel limpiaban su cuerpo con ruda y bebían garañona.
Te vi en ese funeral donde despedían a Jovita, la última tortillera de esa casa, y nadie se imaginaba quién era. Ahora tendríamos que buscar a la nueva sacerdotisa. Tus ojos nos acompañaron toda la noche, mientras en el cerro los ritos funerales se hacían hasta el amanecer con cantos y bailes de fertilidad.
Quién iba a decir que este pueblo tenía su aquelarre.