Ella es Chelita, mi tía panista
Quería un chocolate de rompope,
porque amo el chocolate de ese sabor
y mi tía panista me convenció de llevarme
chocolate con menta en envoltura roja.
Ahora siento culpa
por comprar chocolate feo.
Ella, al darse cuenta,
me pide una explicación
de por qué no compré el otro.
Pinche vieja.
Tiene el poder de hacerte llorar
por un chocolate con menta.
La envidio porque nunca se esconde.
Y, aun así, casi nadie percibe
cuando está manipulando.
Me la imagino,
despertando cada mañana
y pensando,
¿cómo voy a chingar
este maravilloso día?
Mi mamá dice que me caga mi tía panista porque soy igual de castrosa
Mi tía panista es un espejo de aumento.
Tiene luz LED,
está a precio de socio Sam’s.
Es ideal para verte sin filtros:
una espinilla roja a punto de gritar.
Cejas despeinadas de troll.
Los bigotes más famosos de México.
La nariz de jarrito.
Los dientes amarillos como libro de español.
La piel seca y de cartón.
Otras ocasiones mi tía se acomoda
completamente recta
para verme más delgada,
como si fuera el espejo de Suburbia.
Cuando se inclina a la inversa,
ligeramente hacia delante,
me veo más baja y ancha,
porque así es ella,
un juego de distorsiones
a cambio de chutes de autoestima.
La labia de mi tía panista puede mover mamuts
Nos ha convencido de que entiende la vida
mejor que Carlitos Finster,
Mufasa, Rafiki
y la Abuela Sauce.
Para tener razón
no le hacen falta gritos
ni planos con figuras de plástico,
pero sí un reflector para ella solita.
En el mundo de mi tía
todo está muchas veces
menos ella.
La resolución está bordada en unos cojines
de su sala principal:
Por repetición todo puede confundirse.
Por repetición quedan desorientados.
Por repetición se llega a ningún lugar.
