Eric Rosas
Durante décadas el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) desarrolló con mucho cuidado y compromiso con el futuro de la nación, varios programas para el otorgamiento de becas de posgrado, maestría y doctorado, que entregaba estos apoyos transparentemente y con base en el mérito académico a aquellos jóvenes que quisieran llevar su profesionalización hasta los niveles más elevados, ya fuera en instituciones de México o del extranjero.
Para ello se estableció la cuidadosa selección de los campos del conocimiento en los que se podía apoyar la formación de especialistas. De inicio prioritariamente éstos tenían que formar parte de las ciencias exactas o las ingenierías —aunque también se apoyaban estudios en humanidades y disciplinas sociales—, pero no sólo eso, sino que, además, éstas debían corresponderse con aquéllas de frontera en el mundo o con las que necesitara nuestra sociedad para atender sus problemáticas propias y la industria del país para aumentar su competitividad global.
Otro criterio era que los programas de estudio de dichas maestrías o doctorados contaran con un sólido respaldo institucional que les garantizara la buena calidad académica, lo que a la postre dio lugar a la conformación del Padrón Nacional de Posgrados de Excelencia (PNPC), un catálogo al que, para el caso de México, sólo podían integrarse aquellos currículos que aprobaban estrictas evaluaciones periódicas sobre su infraestructura física, profesorado, convenios de colaboración, etc.; mientras que para las instituciones extranjeras únicamente eran incluidas aquéllas universidades con incuestionable prestigio internacional.
Y el tercer criterio atendía a la capacidad e idoneidad del estudiante para asegurar que la inversión que el Estado Mexicano haría para su formación, culminaría efectivamente con la obtención del talento humano que se necesitaba. Análisis que se realizaba al cumplir con los requisitos de ingreso establecidos por las universidades, centros de investigación y demás instituciones de educación superior que ofertaban los programas de posgrado y que tenían que formar parte del PNPC.
Sin embargo, desde el inicio de la actual administración estos tres pilares de los programas de becas del CONACyT han venido derribándose uno a uno. Además de la reducción continua en su número en los más recientes tres años, misma que ha tocado su mínimo histórico en lo que va del presente siglo, se ha prescindido del análisis de disciplinas necesarias para la realidad actual y futura de nuestra sociedad y economía. Tan sólo hace un par de años se privilegió el otorgamiento de becas para estudio de las artes, así como medicina y ciencias de la salud y, aunque este segundo campo podría parecer inobjetable ante la coyuntura con la que nos enfrentó la pandemia de covid-19, la realidad es que la misma seguramente habrá pasado a ser una enfermedad endémica para dentro de cuatro o cinco años; momento en el que los becados estarán concluyendo su formación.
La actual titular del CONACyT también ha decidido prescindir del PNPC para evaluar la calidad de los programas de posgrado a cuyos estudiantes apoyaría. Pero lo peor ha sido su comunicado de la semana pasada, cuando la misma directora general de la dependencia anunció que ahora todo aquél que solicite una beca del CONACyT deberá solicitarla directamente, con lo que será ella y su único criterio el que bastará para decidir a quien le entregará el apoyo y a quien se lo negará.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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