20/Apr/2024
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ROSTROS ITINERANTES de Delfina Careaga. Segunda Parte. CapítuloX

Fecha de publicación:

ROSTROS ITINERANTES” 

NOVELA ACREEDORA A LA BECA FOCAEM 2012 

(Inspirada en la vida y obra del pintor Felipe Santiago Gutiérrez) 

DE DELFINA CAREAGA

SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO X

Hincado ante ella, Andrés, mirándola con ansiedad en tanto su rostro se empapaba en lágrimas, no pudo moverse por momentos como si esperara un milagro; petrificado sólo lloraba. Después, reaccionó y abrazó fuertemente el cuerpo sin vida de Amelia como deseando integrarla al suyo que, a pesar de él, seguía respirando.

 

—¡Mi vida…!

Sus reacciones cambiaban bruscamente. Hubo un segundo en que la separó de sí mismo, la miró con indescriptible ternura y la volvió a recostar en el sillón. Con su pañuelo secó su húmeda cara. En ese instante escuchó la puerta que se cerraba: era Mariana que llegaba de la calle. Andrés se puso de pie de inmediato y corrió al encuentro de su hija.

—¡Espera, no entres! —le dijo, abrazándola.

La muchacha, atónita, dejó caer el paquete que traía en la mano.

—¡Papá!… ¿Qué pasa?… ¿Por qué estás así?…

—Mariana… Tu mamá… No entres al salón… Es que tu mamá… Es que tu querida mamá….

Ella se deshizo de los brazos de Andrés y corrió hacia donde unas horas antes había dejado a Amelia jugando ajedrez. Andrés no se movió, sólo se tapó el rostro con las manos y volvió a sollozar cuando escuchó el grito lacerado de Mariana.

—¡¡¡Mamá!!!

 Era el mes de febrero. Hacía calor, un calor aplastante, odioso. Andrés y Mariana se sorprendieron de la cantidad de amistades que tenían en la capital argentina. La casa se llenó de un pesar colectivo y de muchas flores blancas.

 

El cortejo fúnebre lo formó mucha gente, más de la que se hubiera supuesto. Andrés constató que no sólo él veía en su esposa a un ser excepcional. Se sentía el amor, la simple y llana simpatía que los amigos, incluso los sólo conocidos, le habían tenido a Amelia. Desde esta muerte, buena parte del pintor también murió. Jamás volvió a ser quien hasta ese momento, a sus 63 años, había sido Andrés María Guzmán. Esa parte de su corazón quedó seca, amarga, pero le quedaba la conciencia completa de su responsabilidad hacia el resto de su vida, hacia Mariana, su adorada hijita. Nada más. Su pasión por la pintura también había fenecido. Seguiría pintando como una necesidad a pesar de sí mismo, ya sin la seducción irreprimible que sintió por el arte desde niño. Así, él también moría con ella.

En cambio, el dolor de Mariana era cada vez más hiriente, más vivo, era una herida sangrante que gritaba para ser curada, detenida en sus 17 años. Por eso lloraba y la desesperación la hacía enloquecer y hasta ocurrió, en un momento dado, pegarse un puñetazo en su pecho para justificar tanto dolor. Andrés sólo podía tenerla en sus brazos, como cuando era una niña; acariciarle el cabello; besarla en la frente. Ya no podía darle más.

Había entendido la muerte de Amelia. Simplemente se había dejado morir en la cúspide de la felicidad. No quería arriesgarla viviendo más tiempo, conociendo la fragilidad humana y el riesgo de que, en alguna ocasión, toda esa dicha se volviera el horror de vivir que mucha gente, lamentablemente, conocen. Deseó evitar  un futuro de enfermedades ni agonías interminablemente dolorosas; que no sufrieran ni  ella ni los suyos ninguna oportunidad de frustración. Por eso eligió este “suicidio” que el destino le ofrecía naturalmente… Sí, Andrés entendió su muerte, pero muy en el fondo de él, le guardó un sentimiento triste, apenas de reproche.

 

Y el tiempo siguió su camino indiferente. Así, los ánimos fueron cambiando. Mariana pasó de lo más belicoso, acometedor de la desesperanza, a una exánime tristeza de ojos opacos. Durante meses Andrés y su hija hablaron muy poco. Él trabajó sin descanso, obsesionado por olvidar su tormento.

Pero un día él tuvo que comentar sobre su itinerario inconcluso.

—Tú continúalo, papá. Yo quiero regresar a México.

El corazón de Andrés por instantes cesó de latir. Ese pedimento lo había hecho Amelia poco antes de morir. Hizo un esfuerzo inmenso para controlarse y hablar coherentemente.

—Yo también quiero volver, Mariana, pero me ata un juramento que primero muerto antes de romper.

—¿Un juramento?… ¿Cuál? ¿A quién?

—A mi idolatrada esposa. Nunca encontré el momento oportuno para decírtelo. Ella me hizo prometer que tú y yo seguiríamos nuestro itinerario.  Dijo que moriría con gran pesar si no se lo prometía… Que en caso de no hacerlo, yo habría traicionado el sueño de ella, el sueño mío. No pude más que jurárselo… Pero en lo que a ti concierne, ahora que ya eres una persona de razón y sin que tú hayas prometido nada, estás en libertad, hija, de regresar cuando tú lo determines… Yo…

Mariana tomó las manos de su padre.

 

—¿Y por qué nunca me lo dijiste? —preguntó con voz muy débil.

—Sufrías tanto… No sé, en realidad no sé por qué no te lo dije antes… Perdóname.

Mariana caminó hacia la ventana. La ciudad vibraba de autos, de gente, de un bullicio que en esos momentos a ella le pareció estúpido. Andrés, con los ojos bajos preguntó también en voz muy suave.

—¿Te irás, hija?

Ella guardó silencio por un momento; luego, lentamente se volvió hacia él.

—Si eso es lo que deseaba mi madre, yo no la defraudaré. Además, no podría dejarte solo—. Y echándose en sus brazos, añadió. —¡Nunca te dejaré! ¡Mientras yo viva jamás estarás solo!

A principios del Siglo XIX, toda la Patagonia y el sur de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y San Luis eran territorios no ocupados por el Estado argentino, al igual que las actuales provincias de Chaco y Formosa, el norte de Santa Fe y de Santiago del Estero y el este de Salta. …

La Argentina atravesó un período de gran crecimiento económico entre los años 1880 y 1930. El pintor mexicano Andrés María Guzmán fue conocido y admirado en aquella nación que empezaba a levantarse. La nación tuvo 50 años de modernización, progresiva estabilidad política y creciente democratización. Los observadores coinciden en señalar que fue fruto del consenso existente en la clase dirigente del país sobre la modalidad de desarrollo a emprender; dicho grupo se conoce como la “Generación del 80”. Muchos inmigrantes europeos (principalmente españoles e italianos) llegaron hasta las playas argentinas en busca de un mejor destino, que les era esquivo en el viejo continente; los suelos fértiles de la pampa pronto se vieron surcados por líneas férreas que trasladaban su producción hacia el puerto de Buenos Aires para su exportación a Europa. Esta fue la base de tanta prosperidad; la Argentina resultó un fabuloso productor de materias demandadas por la Revolución Industrial.

También, Mariana y Andrés, empezaron a advertir de nueva cuenta cierta luz dentro de su oscuridad.

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