Daniel Cortez
Mis pies descalzos advierten lo cruel que puede llegar a ser el clima, es vivir una resaca inmensa de emociones ahogadas en un contaminado ambiente de canciones que nunca se escribieron. Siento como el pulso agrede a la memoria haciendo retumbar la nostalgia en lo más recóndito de mi cuerpo, es un ir y venir en las huellas de un ayer que forjó el camino de caricias, suspiros y despedidas.
Lentamente recuperé de nuevo cada uno de mis sentidos, ya comenzaba arreciar el silencio en mis labios, cuando la creación se detuvo con el gélido viento que recopilé un otoño. Aún con los ojos somnolientos, instintivamente logré ver el brillo de la mañana, percibí en mis latidos un poco de angustia al respirar la cálida seducción de la soledad, en un sonriente sol que en su guiño me arrebata los sueños.
A pesar de mis inviernos, no he dejado en el olvido mi fortaleza, hierve mi torrente cuando la sangre bebe en pulsaciones el éxtasis de inhalar latidos; me doy cuenta que las señales que me llevan al infinito, aún siguen malgastadas en el tacto, porque mis ojos dejaron de ver siluetas cuando tuve que usar cristales para entender el entorno, y las sombras se llevan flotando en hojarasca, el pulso eterno de una oración que no rimaba, pero siempre con el designio de buscar a alguien…
Este es mi perpetuo sentimiento, el que siempre es invocado en un réquiem cada vez que apago la luz y mis ojos regresan a ver claramente, tanto que, al despertar, siempre me hallan con las manos colmadas de emociones desenfrenadas, en cada dedo me encuentro palabras, risas, notas; cuentos breves en un deseo, letras que formaron figuras de los recuerdos, y un cometa que inicio la búsqueda, la búsqueda de tu nombre.
