“¿De un gusto, de un gusto? Pues no, ¿verdad? Quisiera otro puesto, pero hay que hacer lo mejor que se puede en todo lo que haga aunque no nos guste.”
Aranxa Albarrán
El sol comienza a elevarse a pesar de la lluvia nocturna, el frío atraviesa la piel. El trabajo inicia, se coloca los auriculares y pone la lista musical que ayuda a activar un poco el espíritu. Un movimiento de mano dibuja en el aire un hola para sus compañeros. Se toma el carrito que será el compañero del día, si el tiempo lo requiere, estará a un lado de él desde las 07:00 de la mañana hasta las 09:00 de la noche, si no será hasta las tres de la tarde.
Homero Osorio, tiene 37 años, desde hace dos años es trabajador de limpieza en un centro comercial. Sus jornadas laborales no solo son hechas con gusto, sino que cada uno de sus pasos los da con una fortaleza que opaca a cualquiera.
Cada mañana arrastra a su compañero compuesto por una bolsa de plástico negra para ir colocando dentro de ella los desechos que se encuentra en su andar, un letrero amarillo anunciando “Cuidado. Piso mojado”, una escoba, un recogedor y una chamarra que amaina el sufrimiento matutino.
Con una sonrisa y una actitud formidable, comparte su rutina: “mis labores se han incrementado (derivado de la pandemia) porque ahora uno debe de tomar más medidas, tienes que checar que todo esté en orden. A veces el material pues sí, no es suficiente pero tratamos de hacerlo extender para que cubra todo.”
A pesar de la resiliencia impuesta incluso a sus utensilios, cada minuto y cada hora se asegura de realizar su trabajo de manera excepcional para que en el momento en el que sus jefes hagan una revisión se aseguren que lo ha hecho correctamente y mejor de lo esperado. “Deseo dejar una huella en lo que hago.”
Catorce horas son las invertidas casi diariamente, puesto que hay momentos en donde es insuficiente un horario normal de ocho horas. No obstante, asegura que le va mejor sin importar el cansancio que eso conlleve en tanto que la remuneración conviene.
“Se recompensa porque pagan doble el turno, entonces ya no lo pagan por horas como en otros lados donde limitan las ganancias.”
Los turnos dobles se realizan sin detenerse, dado que la plaza es grande y sumamente concurrida, el tener un descanso se vuelve impensable. Quince de sus compañeros se rodean de boutiques de grandes marcas, de productos que poco se dibujan en la mente de Homero, porque las necesidades son diversas a las de aquellos que muestran arrogancia en ocasiones y le construyen una barrera simbólica de clase social, como lo mencionaba Soja en su teoría del tercer espacio.
“Vivimos un mundo de etiquetas”. Argumenta con una sonrisa escasa.
El miedo al virus no existe pero se tiene muy presente, “si yo me quedo pensando en que tengo miedo al virus, no haría nada.” A pesar de que una de sus compañeras ya lo sufrió pero por fortuna, salió adelante. “Yo sé que es sería la enfermedad pero no sé si sea nada más de aquí de Mexico. No tanto voy a justificar el que tenga que salir a trabajar para ganarme la vida, sino que sinceramente examinando el interior, pues no tengo un miedo, sí me preocupo por enfermarme pero no tengo temor.”
El personal de limpieza de un establecimiento en la ciudad de Toluca tiene una media salarial de 4 mil 382 pesos al mes, si es que se permite doblar horario, podría acumularse un poco más. Sin embargo, el esfuerzo también necesita multiplicarse trayendo probablemente otras consecuencias poco tomadas en cuenta a la salud.
Confluir dentro de una plaza comercial por mero entretenimiento y distracción debe de ampliar la visión para quienes permiten que se emita un “todo está muy limpio y ordenado.” Respetar y reconocer el esfuerzo de los que se encuentran detrás de gigantes marcas de capital extranjero -en su mayoría-, debe ser fundamental.
Foto: Aranxa Albarrán
