La vida dentro de un tianguis o mercado es una actividad semejante a practicar un deporte extremo. A pesar de que el número de clientes no es el mismo al de antes de la pandemia, el riesgo de contagios y de recibir desatención de parte de ellos, podría ser un arma letal, por muy dramático que se vea.
Aranxa Solleiro
Desde el inicio del confinamiento, los centros comerciales bajaron su producción, puesto que algunos se vieron en la necesidad de cerrar. En algunos, como la Central de Abastos, se incluyeron todas las medidas sanitarias posibles: portar cubrebocas, careta y contar con un escaso y difícil gel antibacterial para el que vende como para el que compra, empero hay ocasiones que en un mínimo descuido, nada de lo anterior puede ser eficaz.
El Mercado Juárez de la ciudad de Toluca fue uno de los más afectados, en tanto que tuvieron que cerrar más de 300 locales desde el mes de marzo y reabrió a inicios del mes de junio, bajo la condición de llevar a cabo protocolos de sanitización y cuidado de higiene.
Jacoba González, se dedica a vender abarrotes, su mayor venta son los dulces y los chicharrones, por fortuna su hijo cuenta con un establecimiento fuera del mercado en donde a ella y su esposo les permitió a trabajar en conjunto para recuperar un poco de las pérdidas obtenidas durante el cierre. Para ella el cuidado de su salud y el de su familia es primordial, en todo momento han incorporado medidas de prevención que hasta el momento han sido benéficas, no obstante el temor está latente cada día cuando el reloj suena a las cinco de la mañana para irse al local y comenzar su jornada laboral, en donde solo espera que el cliente sea igual de precavido.
“Llevamos más de treinta años aquí, nunca habíamos vivido algo así a pesar de que ya se han vivido otras pandemias, este local ha sido nuestra fuente de ingreso desde entonces, nos ha permitido darle estudio a nuestros hijos y ahora ya hasta tienen su familia. Afortunadamente ninguno de los dos (su esposo y ella) tenemos una enfermedad que nos ponga en más riesgo pero tampoco estamos ya muy jóvenes para tomarnos las cosas más a la ligera. Fue bastante la perdida que tuvimos cuando estuvo cerrado el mercado pero poco a poco esperamos recuperarnos. Vendemos poco todavía, pero cada vez se ve más la gente por aquí, entonces ojalá que Dios nos siga protegiendo para seguir trabajando.” Comenta González.
Caminar por el espacio comercial, invade de tensión y nerviosismo, la adquisición de productos alimenticios sigue siendo primordial, no obstante ahora se percibe con aspectos futurísticos una veintena de cortinas de plástico que sirven como barrera de protección por si el cubrebocas del cliente no es tan efectivo y así por lo menos, se queda “el bicho” en ella.
“Nosotros tenemos conciencia de que los mercados son puntos de riesgo pero no podemos seguir quedándonos sin trabajar. Ahora aunque nos sea molesto, tenemos que usar esto (protección sanitaria) para evitar contagiarnos porque ninguno de los que trabajamos en la pollería estamos solos, todos tenemos familia y si no nos cuidamos, podemos enfermarlos también a ellos.” Menciona Joaquín vendedor de pollo.
Pasillos de aspecto irreal, cartulinas exigiendo el uso del cubrebocas y gel antibacterial antes de ingresar, y aquellos valientes que aceptan medir la temperatura, que en diversas ocasiones son rechazados.
“Te encuentras de todo aquí, los que te avientan la mano para que no les midas la temperatura, los que te esquivan para que de plano ni siquiera te acerques o los que le tienen miedo a que les pueda pasar algo si lo haces. A mí no me cuesta nada hacerlo porque es para mi protección y el de mis demás compañeros, pero tampoco me parece justo que sean groseros, es preferible que mejor te digan amablemente que no quieren que se las tomes. Sus razones tendrán, cada quien cree lo que quiere ya.” Comentó Rosaura, quien atiende su local de zapatos y adquirió por voluntad propia el compromiso de medir la temperatura a quien ingrese.
Dentro del Mercado, se han escuchado casos de vendedores que se han enfermado o que simplemente no han deseado reabrir sus negocios para protegerse. La vida folclórica dentro de él no es cercana a lo que era antes de la pandemia, las ventas han disminuido considerablemente. No obstante, se anhela continuar suplicando que al dar las cinco de la mañana, siempre sea un mejor día.
(Foto: Aranxa Solleiro)
