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El zapateado en internet | La respuesta de la respuesta: el diálogo


Estoy casi segura de que mi primer contacto con la danza folclórica fue cuando cursé cuarto de primaria y, como examen final de Educación Artística, tuve que bailar, junto con mis compañeros, alguna pieza de huapango tamaulipeco. Me recuerdo ensayando en el enorme patio de la escuela, mas el momento de la presentación se ha borrado de mi memoria. El único vestigio es una foto en el álbum familiar. 

En mi último semestre de bachillerato, como parte de los talleres artísticos, llevamos danza folclórica, en realidad los ensayos eran una fiesta, nadie le hacía caso al maestro, quien era miembro del ballet de Amalia Hernández. Naturalmente todos sudamos la gota gorda cuando tuvimos que salir a bailar al patio de la prepa que, dicho sea de paso, es la más grande de la ciudad. Ya se imaginarán las rechiflas que recibimos. No, de esta experiencia no hay registro fotográfico…por ventura

También de adolescente, tuve la oportunidad de ver al Ballet de Amalia Hernández, quedé maravillada: los colores, la música, la coordinación, la alegría de los bailarines… Ese ecosonido tan peculiar que se produce al “golpear” el piso de madera con los tacones especiales… con el danzar del cuerpo ¿Existirá alguien que no se admire de la belleza del sonido del zapateado? 

Pero los ballets folclóricos, como dice @koffermejia, retoman el zapateado tradicional de los fandangos del sur de Veracruz, pero no son exactamente eso, es una puesta en escena que simplifica el baile. En la columna de la semana pasada yo proponía que los ballets folclóricos son una suerte de museo de la música y la danza, pues la vida en comunidad se pierde.

Quizá para este momento se preguntarán quién es @koffermejia. Pues les cuento que después de la primera entrega sobre el zapateado, recibí su mensaje a través de Instragram, donde me contaba que había leído mi texto y que se había dado el tiempo de escribir una respuesta en su blog, ahí reflexiona sobre ciertos temas que les iré pasando al costo. Justo esta entrega es una suerte de respuesta, una construcción del diálogo por internet sobre zapateado, son jarocho y música.   

Como bien menciona @koffermejia, el son jarocho no es el único que se zapatea en México, también está el huapango; la música huasteca, michoacana, nayarita, yucateca. Abono a la lista: no solo en México se zapatea, pienso en el malambo; el flamenco; la danza irlandesa; el dabkeh. La enumeración podría ser muy larga, pero es importante acotar que estas expresiones son primordialmente tradicionales que, después, fueron llevadas a la puesta en escena. 

El son jarocho es quizá una de las expresiones tradicionales que más auge ha tenido en los últimos años. Si buscamos en el cualquier buscador son jarocho, nos vamos a encontrar con talleres, foros, escuelas, encuentros, colectivos, grupos, lauderías, tipos de instrumentos y más. El impulso que ha tenido es gracias a los bailadores de fandangos que no han permitido que su esencia muera. Lo tradicional está en movimiento constante, tiene vida. No es estático, ni folclórico, es el del pueblo.

Paréntesis

Folclórico: dícese de toda aquella expresión que pretende exotizar lo tradicional y mostrarlo como algo “muerto”.

Otra acotación de @koffermejia es que la experimentación pertenece más a una decisión individual, como lo han hecho Rubí Oseguera, Luis Felipe Luna del grupo Sonex, Edwin Bandala y, claro está, digo yo, @jorgemzr con su chuntaro jarocho. Cabe mencionar que no solo el zapateado ha pasado por la experimentación, también la música ha tenido su propia historia, como la propuesta de electro – jarocho o Sistema Bomb, por mencionar dos proyectos interesantes que les recomiendo ampliamente 

Por mi parte, ya le compraré la cuerda a mi jarana segunda y me inscribiré de nuevo a mis clases de zapateado.

Agradezco a @koffermejia por este diálogo

Espacio de reflexión decolonial sobre el mundo mesoamericano y

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Columnista:
Carla Valdespino Vargas
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