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Oquetza, camino a la raíz 15

Carla Valdespino Vargas

Tollocan I: La ciudad

El sonido del huehuetl estremece la Plaza Garibay Quintana. A lo lejos, los concheros saludan a los cuatro rumbos y ejecutan una reverencia en dirección al Cerro del Toloche. El Hombre de fuego se ilumina con los rayos vespertinos y todo el Cosmovitral cobra vida solar. El viento frío, tan peculiar de esta zona de la ciudad, me recuerda aquella oración dedica al dios Tolo: dueño de la nevada y de la ventisca, donador de la hierba sagrada y de las luces, supremo dador del toloache…

Cruzo la plaza en dirección al edificio de la Violeta, ejemplo claro del Art decó toluqueño, dicho sea de paso. Más danzantes se congregan entorno al huehuetl y al copal; me acerco cada vez más al grupo, entonces aprovecho para charlar con una chica. Ella me cuenta que antes danzaban en la Alameda, pues los restos de Cuauhtémoc yacen debajo de su estatua. Con la remodelación ya no les permitieron danzar ahí y por eso ahora lo hacen lo más cercano al hogar de Tolotzin. También me comentó que, en fechas específicas, como equinoccios o solsticios suben al cerro a realizar ceremonias. No la interrumpo más, pues su copal ya está encendido, sus conchas atadas a los tobillos, lista para comenzar la danza al compás del huehuetl.

Camino por Riva Palacio, doy vuelta en Independencia y llego a la Violeta donde realizo ciertas diligencias. Al salir, el olor a café me invita a degustar un poco. Me siento en una banca del Andador Constitución. La gente pasa. Soy el punto fijo. La gente pasa, algunos se detienen a tomarse selfies cuidando que los paraguas multicolores, tan de moda en muchas ciudades de México, queden como fondo perfecto. La gente se detiene a comprar palomitas, entra al cajero, se sienta a esperar, mira su celular. En un rato, este andador quedará solo.

El mariachi espera posibles clientes animados en llevar serenata. Se escucha el tumulto de la gente. Un hombre en silla de ruedas vende cerillos. De vez en cuando, ciertos olores llegan a mí. 

Esculturas de metal han sido colocadas a lo largo del andador, los transeúntes se toman fotos junto a ellas, sonríen y se van. La gente llega y se va. Soy el punto fijo, punto fijo que observa cómo cambia la longitud de la fila del cajero y piensa en el toloache… por dios qué borracho vengo, que siga la tambora, que me toquen el quelite… se escucha a lo lejos cantar al mariachi.

Se cuenta que cuando los mexicas conquistaban a un pueblo, aprehendían a su dios principal y lo llevaban a un templo especial en la Gran Tenochtitlan. Los de Matlizinco, al conocer esta costumbre, escondieron a su dios principal para que no fuera capturado. En su lugar colocaron a un dios menor, Tolotzin, el dios entoloachado, quien fue capturado y trasladado, en 1473, a la capital del imperio mexica. Desde ese entonces, los mexicas bautizaron a esta región como Tolocan, lugar del dios Tolo. 

¿Quién fue el verdadero dios central de los matlazincas? No se sabe bien a bien. Pero aquí aún se venera a Tolotzin, como el dios principal de estas tierras, no sólo por los danzantes de la Plaza, sino por otros personajes como Alfonso Sánchez García en su libro Toluca del Toloache, que nos lleva a conocer una Toluca escondida. Por otro lado, en 2016, la artista plástica Mayte Porras Rocha realizó el mural “Tolo, una mirada al pasado”. Objetos, aparentemente sin vida útil, se conjugaron en color y forma para recordar la figura de este dios entoloachado, quien descansa ahí en Santos Degollado, junto al Museo Luis Nishizawa y a unos metros del Palacio de Gobierno.

Pues sí, somos descendientes del toloache, de esa planta medicinal de la familia de la datadura, cuyo poder “enamora” a los reacios, pero también los atonta y si es ingerida en grandes cantidades, la razón queda a merced del viento. Quizá de ahí venga nuestra esencia: ensimismados, poco sociables, retraídos y sin ánimos de hacer algo, claro, estamos viviendo la mona del toloache.

Mi café, sin toloache, se ha enfriado y la gente comienza su peregrinaje a casa, los comercios están a punto de cerrar. Debo también regresar, mis pasos me guían cerca de la Catedral.

¿Cuándo fue la primera que tuve conciencia de la ciudad, de este espacio que ahora me parece poco legible, cual estructura de hojaldré, cuyos espacios y tiempos yuxtapuestos construyen heterotopías constantes?

(Fragmento de Toluca-Metepec. Una Heterotopía)

Espacio de reflexión decolonial sobre el mundo mesoamericano y

las naciones indígenas del siglo XXI

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Nacional
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