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Oquetza, camino a la raíz 4

Carla Valdespino Vargas

Necesitamos agua

Hace poco me regalaron el libro El legado indígena. De cómo los indios americanos transformaron el mundo de Jack Weatherford. Comencé a (h)ojearlo y me llamó la atención el capítulo: “La libertad, anarquismo y el buen salvaje” que comienza con la descripción sobre los powwows (reuniones anuales de los pueblos indígenas de Norteamérica, donde ser congregan a cantar, tocar el tambor y bailar) que son un acto de rebeldía y de cohesión comunitaria a través de la ritualidad.

Yo nunca había visto los powwows, así que me dispuse a mirar videos en la internet. Al observar las dinámicas y conectarlas con la descripción del autor, fue inevitable recordar los carnavales y desfiles durante las festividades patronales. Inevitablemente recordé un texto de Ignacio Manuel Altamirano, “Semana Santa en mi pueblo”. La primera vez que lo leí, me prometí visitar Tixtla y ser testigo de los rituales que ahí describe. Y, como solo una vez he estado cerca de lograr mi cometido, recurrí a la estrategia confiable: internet, de esta manera pude ver las festividades que describe Ignacio Manuel Altamirano y que continúan practicándose en Tixtla, así como en Acatlán: La danza de los Tlacololeros (agricultores) y la danza de los Cotlatlatzin (hombres del viento), ésta última data de la época mesoamericana. 

Así como los powwow, estas fiestas rituales podrían parecer caóticas y sin sentido. Los tlacololeros danzan al ritmo del tambor y la flauta, con grandes sombreros de paja adornados de flores, máscaras de hombres viejos. Uno de los personajes trae un gran látigo. Esta danza, en Acatlán, Guerrero, tan solo es una parte de un ritual más grande y que involucra al todo el pueblo en la petición de lluvia. 

Como lo cuenta el Popol Vuh, lo primero que crearon los dioses fueron las montañas y a ellas hay que protegerlas, venerarlas, alimentarlas y sostenerlas porque de ellas depende la vida, porque en ellas habitan las semilla-corazón de todo aquello que pertenece al mundo. Cada una de las montañas y los cerros son la imagen y semejanza del Tlalocan y el Tamoanchan, sitios de origen y destino. El poder de la tierra y del agua se manifiestan en el seno de las montañas. 

En Guerrero no son ajenos a esta creencia ya que, alrededor del 3 mayo suben a las montañas cercanas a dejar ofrendas; personas disfrazadas de jaguares comienzan a pelear hasta sangrar, siendo los tlacololeros quienes median en la disputa. La sangre es el sacrificio que hacen los habitantes a la tierra para que no falte lluvia. Todo este aparente caos se ve interrumpido por un grupo de hombres enmascarados que gritacantan mientras corre y se apodera de la escena, son los Cotlatlatzin, los hombres de viento que vienen a pedir la lluvia, que traen las nubes y la lluvia. El ritual continúa cuando de los cotlatlaste se tiende en el suelo boca arriba y “juega” con un trozo de madera llamado quautatlaxqui que representa a Ehécatl.

Necesitamos el gritocanto de los Cotlatlatzin, necesitamos ser Cotlatlatzin, porque necesitamos agua

Nos urge reconectarnos con las montañas

Espacio de reflexión decolonial sobre el mundo mesoamericano y

las naciones indígenas del siglo XXI

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Nacional
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