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Con Singular Alegría 2023-04-26

Gilda Montaño

Marcela González Salas Petriccioli.

Cuando me enteré, el sábado por la mañana, el mero día 22 de abril, que mi compañera y amiga Marcela González Salas, había partido al infinito, se me heló el corazón. La verdad es que, desde el principio, yo no entendía por qué, si ella estaba luchando, con todas sus fuerzas, y así me lo había dicho en días pasados, por salir adelante.

Una mujer clara, inteligente y capaz, que entendía que la enfermedad era una situación, sí difícil, pero que minuto a minuto, encontraba en ella a una guerrera, que la enfrentaba con gran dignidad. Iba ya en su 4ª. quimioterapia. Habían disminuido significativamente los tumores de dentro de su cuerpo.

En fin, es largo y doloroso de platicar y de exponer. Lo único que tenemos en esta vida seguro, es que alguna vez nos iremos al éter eterno, puro, fresco, claro: a la esencia pura, que los Dioses respiran: al universo inmortal.

Porque no dudo ni tantito, que Marcela esté ahorita, ya sin dolores, gozando de una absoluta paz, llena del encanto de la inteligencia que la caracterizaba, y del eterno amor que siempre le tuvo a su compañero de vida: Mario Vázquez.

Y yo tendría muchas anécdotas que contar de ella, pero déjeme, querido lector, contarle una sola:

Un día de enero, mi hijo estaba diagnosticado para que al día siguiente, le quitaran un riñón que tenía colapsado, después de que la “policía” de Ciudad Universitaria lo lastimara, porque estaba con su perro Pancho, y éste estaba correteando a todos los perros que le pasaban enfrente. Lo golpearon terriblemente, porque por supuesto, él defendió a su perro, y no permitió que lo patearan.

Así las cosas, mi hijo que tenía un seguro de algo “Azul”, fue llevado por su novia, al hospital Ángeles del Sur de la Ciudad de México. Allí estaba con todo y suero, y diagnosticado, como dije antes, para que al día siguiente le quitaran un riñón.

Entré en pánico. Lo único que se me ocurrió fue volar hasta donde me llevaran mi alitas. Y allí comenzaron mis llamadas, afuera, desde un teléfono que gracias a Dios, funcionaba. Le hablé a César Camacho, que en ese momento, era el gobernador de mi Estado de México. Empecé por mis grandes amigas y amigo que han estado cerca de él casi toda la vida: primero Maricarmen, luego Maru Pliego, luego Martín Echeverri… y al fin llegué. A todos les platicaba desesperada, qué me estaba pasando y cómo no podía solucionarlo.

Me armé de valor y saqué a mi hijo del hospital. Alta voluntaria. Lo llevé a mi casa, y esperé una llamada “bendita”, que me hizo la entonces, directora general del ISEMYM, Marcela González Salas.

Esa misma noche, ella ordenó que se trasladaran dos ambulancias a la casa de mi madre, en la colonia del Valle, en México. Una de Tlanepantla, otra de Toluca. Llegó primero la de Toluca y cuando mi hijo y yo arribamos a la entonces Policlínica, allí había ya, diez médicos esperándolo.

Pidieron las radiografías, y le hicieron análisis de cabo a rabo. De todo a todo. De principio a fin. Se quedó en un cuarto grande. Al día siguiente, llegó una excelente amiga: Sara Galindo a orar por él y siguió su proceso. Yo estaba por supuesto más que angustiada. Pero allí sucedió otro milagro, que valdría la pena de contar, en un relato largo, preciso e inigualable. Fue algo, pocas veces visto. Ver para creer. Y nosotros creímos.

He de decirles que nunca de los nuncas, se despegó Marcela de la orilla de la cama de mi hijo. Nunca. Estuvo allí tres días. El diagnóstico al segundo día, fue que las radiografías que habíamos llevado, no eran las mismas que tenían en la Policlínica. Caso extraordinario. Yo estoy segura, que ese sí era el riñón de mi hijo.

En este momento de vida, cuando ya Marcela está con Dios, yo la tengo que recordar con un gran cariño y gratitud. Se volvió de sopetón y sin previo aviso, la segunda madre de mi hijo, y así fue tratada siempre: con gran respeto y devolviéndole todo el cuidado y esmero, que ella fue capaz de dar. Yo jamás tendré con qué agradecerle a Marcela, este gesto de amor y solidaridad para mi hijo y para mí.

Primera mujer en pertenecer a un gabinete ampliado, en la historia del Estado, en el que manejó nada más y nada menos, que a los 121 -de entonces- municipios, y lo hizo con esmero, después de ser la Oficial Mayor, entre otros cargos, de Carlos Salinas de Gortari, en la Secretaría de Programación y Presupuesto federal.

Con la certeza de que su recuerdo permanecerá, y su trayectoria será recordada, me uno al duelo por su partida. Mujer estudiosa y espíritu representante de nuestro tiempo, deja tras de sí, una trayectoria de trabajo a favor del Estado de México, de su cultura, su identidad, y la lucha por una vida digna al amparo de la seguridad social.

La recordaré hasta el último día de mi vida.

gildamh@hotmail.com


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Nacional
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