Gilda Montaño
La Revista: El Tintero de las Musas
Llego tarde al Estado de México. O temprano. Aún no lo sé. Pero sí que es mi hogar escogido. Punto. Lo que veo, pienso, siento, amo: está ya aquí. Y en eso está sumergida mi existencia. Y entre ésta, todos los soles, tiempos, distancias, amores, y brillantez de casi la mitad de mi vida. Entre otros, hay amigos: políticos mexiquenses a los que vi crecer. De 34 años para acá, los he visto hacer mil cosas y media: dar vueltas, ir, venir, permanecer. A todos los conozco. Y todos a mí. Me lo merecía, después de llegar de sopetón y sin previo aviso.
A veces es oportuno escribir algunas cosas de ellos. El hecho de que estén en el candelero, nos hace revivir, y repensar lo que habrá de sucedernos, porque somos enteramente responsables de esto. Por nosotros están ellos. Y merecemos ser bien gobernados. Y ahora están enfrente, en espectaculares, dos mujeres. Qué cosa. Hace pocos años, nunca se hubiera podido ver esto.
Así pues, en esta entrega, recojo algunas ideas, escritos silenciosos y trascendentes de quienes han hecho la historia de este Estado. Hoy quiero referirme, hacer hincapié, en mujeres de excelencia. En aquellas jóvenes periodistas que algún día me enseñaron la excelencia de sus escritos. Hicimos juntas, hace años nuestra revista: El Tintero de las Musas, que volverá a salir pronto. Ellas llenas de luz y de amor. Muchas ya partieron. Por supuesto que somos mujeres políticas mexicanas quienes escribimos en lo que alguna vez pensamos que sería nuestro Tintero. Pero pensamos, y ciframos nuestras vidas con filigranas de oro. Tejemos con esmero y poco a poco nuestra historia.
Somos poetas o filósofas. Periodistas o historiadoras. Columnistas o escritoras. O todo esto junto. Somos seres pensantes que, a lo largo del tiempo y la distancia, hemos trascendido. Habrá algunas que cuenten sus vivencias. Otras, que repitan una y otra vez, de distintas maneras, lo que han escrito por años. Más aún, que establezcan parámetros de pulcritud en sus actos: no más con decir lo que piensan, rompen paradigmas.
Allí han estado plumas como las de Margarita García Luna; Carmen Rosenzweig; Graciela Santana; Gloria Libién; Maricruz Castro; Rosita Molina; Ruth Carrillo; Irma Fuentes; Silvia Sayago; Angélica Valero; Kyra Galván, Cecilia Pérez Grovas, Angélica Valero, y… de repente recordamos a Pessoa, a Benedetti, a Arreola, a Rulfo y a todos los que nos vieron crecer. Como ese Benito Nogueira que nos regala sus acuarelas y Helí sus diseños.
Las y los periodistas somos quienes nos dedicamos a comunicar los acontecimientos de un personaje, de un lugar, de un hecho político, de un triste momento; de hacer la crónica de un festival o una pieza teatral o una buena película: o escribir un poema que irradie amor… es un buscar las palabras adecuadas colocándoles el estilo propio de quien lo cuenta, como una pequeña historia. O quien gana las encuestas para ser la o el gobernador de este lugar. Y así comienza la narración de la historia del periodismo en la capital del Estado de México. Porque aquí, hace años se escribe la luz.
Aún recuerdo a Margarita que vino contenta a platicarme que a una escuela le habían puesto su nombre. La ex cronista nos cuenta de la primera escuela de beneficencia, cuyo objetivo primordial era formar el corazón y la inteligencia de la mujer, sobre la base firme de una moral pura, severa, de una instrucción sólida y amena que adiestrara a la mujer en todas las labores propias de su sexo. En aquel entonces, La mujer mexiquense, ya iba hacia el progreso. Y con Margarita, todas nosotras.
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