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La Onda Plana 2022-12-25

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Por Eric Rosas

26 de diciembre de 2022

Imagino que en aquél entonces, 1987, la señora Yasmín Esquivel Mossa —a quien por ahora me abstendré de conferirle título, grado o cargo alguno— supuso que su fechoría quedaría perdida entre el océano de tesis profesionales que cada año se generan en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) pues, ¿quién tendría el tiempo de leer ese cúmulo de hojas y encontrar las coincidencias de entre dos, tres o cuatro documentos esparcidos en bibliotecas y años distintos? Es posible que la confianza que sintió al recibir la propuesta indecente de la señora Martha Rodríguez, o la aceptación de esta profesora a su propia sugerencia, le llevara a menospreciar el hecho de que el plagio es un robo, quizá el peor, porque con éste los implicados se apropian de ideas y resultados del trabajo de otros individuos.

Quizá la señora Esquivel nunca imaginó que a la vuelta de algunos años la tecnología traería, primero la internet; luego la posibilidad de digitalizar cientos de miles de documentos que, en tal formato, pueden ser publicados en los sitios web de las instituciones educativas para consulta de todo el mundo; y posteriormente los programas de reconocimiento de patrones, capaces de encontrar un “alto nivel de coincidencia” en oraciones y párrafos de documentos de toda índole.

O quizá la señora Esquivel jamás reparó en tales “detalles”, como evidentemente no lo hizo ante las limitantes que debería imponer la ética profesional, y simplemente realizó una práctica que le pareció o sabía común en su casa de estudios o su futuro gremio. Este es el fondo del asunto que, desde mi punto de vista, ha terminado por exhibir la publicación del vergonzoso caso de la señora Esquivel y su “asesora”. Con el plagio que ya es evidente, no sólo por el comunicado emitido por la propia UNAM el pasado viernes 23 de diciembre, sino porque quien lo desee puede acceder al reservorio de tesis profesionales de la institución educativa y constatar que los documentos señalados son idénticos, el prestigio de la “Máxima Casa de Estudios de México” ha quedado en entredicho y eso a nadie le conviene en México.

Para evitar que esta indeleble mancha llegue a cubrir a la UNAM, la investigación que anunció llevará a cabo debe ser pulcra, expedita y contundente en sus consecuencias. Una vez que la casa de estudios concluya que sí hubo plagio de parte de la señora Esquivel, la Universidad deberá proceder a turnar el caso a su comité de ética, el que tendrá que retirarle el título que la señora Esquivel ha ostentado inmerecidamente durante décadas. Pero el asunto no debe detenerse ahí, la UNAM tendrá que actuar en castigo de la asesora de tesis; iniciar una revisión a fondo en todas sus escuelas para detectar si tal situación fue un caso aislado, una práctica endémica o una habitual y, si éste último fuera el caso, habrá de proceder —ahí sí— con un alto nivel de coincidencia respecto de la sanción al dúo Esquivel-Rodríguez. Por último, la UNAM tendrá que diseñar e implementar a la brevedad el mecanismo mediante el que le asegure a la sociedad mexicana que jamás nadie podrá obtener un título o grado suyo mediante el plagio o trampa similar.

El caso trasciende a la UNAM, y todas las instituciones públicas y privadas de México tendrían que poner sus barbas a remojar e iniciar procedimientos similares para que de ahora en adelante nadie se atreva a vender o comprar tesis para obtener títulos o grados. Sería deseable que pronto las instituciones de educación superior de México, ya sea a través de la Asociación Nacional de Instituciones de Educación Superior o de ellas mismas, se pronunciaran en tal sentido. 

Lo anterior, dicho sin aberraciones.

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