Roberto tecleó en el buscador la palabra LiveJazmin. Una vez que se abrió la página y se desplegaron todas las opciones, seleccionó Brunets, morenas, cabello largo. Poco a poco fueron apareciendo pequeñas pantallas con jovencitas bailando, peinándose, despojándose de alguna prenda, chateando con sus admiradores. Tras una rápida navegación, encontró lo que buscaba: AlessiaLanz’s Chat. Ahí estaba Alessia, quien, además de parecer menor de edad, aunque la página aseguraba que todas las modelos eran mayores de 18, tenía un gran parecido con su sobrina Andrea.
Roberto había dispuesto todo lo necesario sobre su escritorio: un paquete de clínex, crema Lubriderm, toallas húmedas y su tarjeta de crédito.
Alessia vestía una ombliguera roja y un short de mezclilla, sobre el cual tenía un teclado inalámbrico. Sentada en un ergonómico sillón blanco, junto a la cama, en la que se encontraba a su alcance el mouse sobre un tapete, contestaba las preguntas que le formulaban en el chat. De vez en cuando cambiaba lentamente de posición sus piernas a fin de motivar a su audiencia; tenía claro cuál era su atributo principal.
El cuarto de Alessia daba la impresión de ser una escenografía. A la derecha de la joven había un buró de madera con tres portarretratos rosas de diferentes tamaños, los cuales estaban vacíos; en la pared, un cuadro con la leyenda: “do what you love”, con letras rosas y un reloj de gatitos; y sobre la cama, un animal de peluche que por la posición en la que se encontraba no permitía determinar si era un oso, un perro o la cruza de esos animales.
Roberto se congratuló de que Alessia estuviera disponible, y la saludó por el chat. Luego comprobó que la tarifa de fin de semana no había aumentado: cuatro créditos por doce minutos de show. No quiso arriesgarse a que otro se le adelantara, por lo que abrió la pantalla de pago, tecleó rápidamente el número de su tarjeta, deslizó el cursor hasta el botón “Buy credits” y depositó los cuatro créditos. Inmediatamente apareció en la parte baja de su pantalla el mensaje “Start private show”, enmarcado en amarillo, y los chats de sus competidores se esfumaron. “Al fin solos”, dijo mientras se frotaba las manos.
Sin mediar preámbulo alguno, ella le preguntó si quería lo mismo que las veces anteriores. Él contestó que no, que deseaba variar un poco: le indicó que le hablara de usted, que empezara diciendo que ella había descubierto a su novio con otra, por lo que quería vengarse, y que luego improvisara. Ya se había aburrido de la rutina en la que Alessia se hacía pasar por su sobrina.
Mientras la joven iniciaba su actuación, Roberto se untaba una porción generosa de Lubriderm. En menos de tres minutos, él gozaba el show a cabalidad. Alessia era hábil improvisando. Además, manejaba a la perfección los tiempos al despojarse de su ropa y sabía en qué posiciones colocarse y qué movimientos realizar para agitar el ánimo de sus clientes. La cereza en el pastel era llevarse los dedos a los labios adoptando un gesto de malicia.
Sin dejar de tocarse con fruición, Roberto miró de reojo la parte superior de la pantalla a fin de consultar la hora. Faltaban quince minutos para las seis, y cinco para el final del show. Cuando más extasiado se encontraba, lo distrajo un mensaje que apareció en la parte inferior del ordenador: “Hi insthood join now and win up to 100% extra credits! King of the room is up for grabs! Send 1 credit in Surprises to be the King!”. Después de proferir la palabra “demonios”, leyó el mensaje en voz alta con su pésima pronunciación. Tan mal lo hizo que Alessia tuvo que esforzarse demasiado para no soltar una carcajada y seguir actuando. Como Roberto no entendió del todo el mensaje, volvió a concentrarse en lo suyo. Justo cuando faltaba un minuto para que el show terminara, alcanzó la gloria.
Él se despidió de prisa, prometiendo buscarla pronto. Cerró todas las ventanas del ordenador y lo apagó. Tras comprobar que no había ensuciado el piso y limpiarse con varios clínex y una toalla húmeda, guardó la crema y la tarjeta. Aún le temblaban las manos. Después sacó de su clóset toda su indumentaria y, al sentir un prurito insoportable, se rascó cerca del tobillo derecho hasta que se arrancó las costras y empezó a sangrar; era su manera de flagelarse. Se estaba colocando la sotana cuando escuchó el golpe de unos nudillos en la puerta y la voz de Ángel:
–Padre Roberto, ya está todo listo. En cinco minutos empieza la misa.
–Ya voy, ya voy, Ángel, gracias. Adelántate por favor –dijo santiguándose, teniendo como telón de fondo el repicar de las campanas.
Mauricio Pérez Sánchez (México, Distrito Federal, 1962). Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM. Fue subdirector de la revista La Colmena. Publicó El ciempiés (Grafógrafxs, 2020). Es integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs.
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