“El valor de no haber sido, el temor de seguir siendo”.
CM
¿Qué une a las manos de un indígena con el talento desmesurado de creación? La creación de todo, desde lo más pequeño hasta lo más grande, la imaginación exuberante y potenciadora de sus dedos fieles conductores de su arte. El tema constante sobre la movilización social, especialmente aquella derivada de pueblos rurales o indígenas hacia la urbe, motiva a dos cosas: valorar aquel talento y aceptarlos.
Rosario, mujer otomí de flamantes colores en su vestimenta, el color de sus ojos y su piel, decidió penetrar la capa de smog que envuelve a la ciudad toluqueña para obtener un ingreso que le permita salir adelante.
Desde el pasado lunes, colocó un mantel cubriendo un rectángulo de un metro en la calle Benito Juárez, frente a la Escuela Secundaria Federal Ignacio Ramírez y organizó sobre una exhibición de chiquihuites o mejor conocido para los citadinos como “canastos”, desde los más diminutos hasta los más grandes, con una perfección envidiable en las estaturas para potenciar el arte emergente de sus manos.
“Pasan por aquí las personas pero no les gusta pagarme todo, los chiquihuites o sombreritos pequeños los cobro a 10 pesos pero nunca me los dan porque dicen que es mucho y mejor los dejo a 5 pesos.” Entristece la mirada y cierra los ojos como si un flash fotográfico cruzara sus pupilas.
Su ubicación, a pesar del lamentable regateo que debe experimentar, le permite vender de 9 de la mañana a 6 de la tarde todos los días, dado que, si colocara sus artesanías más cerca del centro, los cuerpos policiacos recogen todo, para dejarla con las manos vacías.
“Me ha tocado mucho que me quiten mis cosas los inspectores si me pongo más cerquita del centro, por eso me pongo aquí, aquí ya no vienen y puedo vender tranquila.” Dijo.
De palma son hechos cada uno de los productos, exceptuando los sobreros, pues ya coloca hilo en ellos y su precio, por consiguiente, debe aumentar su precio. El tiempo de elaboración es de 4 horas para los chiquihuites pequeños y de 1 hora los de mayor tamaño, por lo que sus dedos no pueden descansar si desea elaborar más de diez durante un día.
Rosario, no solo representa la fortaleza y el temperamento de personas indígenas, sino una lucha ferviente de representación femenina, dado que su esposo, nunca sale de su hogar. Ella se convierte de manera inmediata en la proveedora de vida y de sustento económico, “si no me sale dinero de esto, me pongo a hacer comida allá en mi pueblo y más o menos puedo yo tener cómo ayudarme.”
La mixtura de capacidades y destellos artísticos de Rosario y demás compañeros con su misma situación, queda evaporizado por un cúmulo de tormentos fraguados en la ciudad, en tanto que los paseantes siguen siendo fugaces y quienes compran, siguen representando un pensamiento ignorante del esfuerzo y dedicación ante el trabajo que se les vende.
“Primero Dios nos va a ir bien, aquí en esta calle podré vender más.” Mencionó.
(Foto: Aranxa Solleiro)
Categoría: Nacional |
Etiquetas:
No hay etiquetas asociadas a éste artículo. |
Vistas: 119 |