Aranxa Solleiro
Marzo 23 de 2020, el temible y aún inalcanzable virus gestado en Wuhan, había abarcado cada milímetro de mis redes sanguíneas, los pulmones se languidecían, la respiración se pasmó, la sensación de apnea provocaba que los segundos se hicieran bombas en el pecho.
Seis semanas después, la temperatura registrada en el termómetro, marcaba finalmente 36.9 ° por tercer día consecutivo, el sistema inmunológico -de acuerdo a lo dicho por los médicos- había vencido victoriosamente el SarS-CoV-2.
Ese mismo día de victoria, tres mil 308 personas, daban positivo por primera ocasión en México y 214 mil 853 defunciones marcaban el final de un mundo de ilusiones, sueños y lazos familiares, la catástrofe iniciaba para ellos y la mía se instalaba en una pausa taciturna, pues la inmunidad se desarrollaba en mi interior, a sabiendas de que su porcentaje descendería con el paso de los días.
El mundo se metabolizó en un juego de ciencia ficción hasta que se anunció la llegada de la primera vacuna al país. Pfizer fue su proveniencia, los adultos mayores, los seleccionados a ser protegidos.
Nueve meses después los de menor edad recibieron la dicha de una protección que pone a prueba el envidiable sistema inmunológico. Nueve meses después al formar parte de aquel grupo, permanecí sentada en la primera fila para recibir uno de los primeros biológicos elaborados en el mundo, con el fin de preservar a la humanidad: la vacuna Covid-19 de la farmacéutica Moderna.
A mi lado se encontraban Fabián de 20 años y Karen de 18 años, ambos con un temor desmesurado. A Fabián lo delataban sus manos temblorosas y Karen se destinaba a voltear constantemente y penetrar con la mirada el piso.
La inoculación duró aproximadamente tres segundos. Karen ni siquiera tuvo tiempo de voltear hacia otra parte que no fuera su brazo y Fabián hizo un quejido minucioso, provocando que el temblor en sus manos se intensificara.
“No pueden tomar alcohol por 15 días, por favor”, decía a todos una enfermera. Efectuando una ola musical de desconsuelo en el 70 % de los vacunados. “¡¡¡Aaaaahhh!!!!” Se repetía más de tres veces en el espacio por la mención de dicha indicación.
“Levántense todos, vamos a levantar las manos y dar una vuelta. ¿Se sienten bien o sienten mareo?” Con honestidad o sencillamente con cobardía en cada uno, nadie mencionó sentirse mal, a pesar de que el brazo se adormeciera y las rodillas se quebrantaran.
El Tecnológico Regional de Toluca, fue por cuarta ocasión sede de vacunación de los pobladores metepequenses, aunque se había acostumbrado a recibir un gentío, los jóvenes de la última etapa fueron un reducido número en comparación con los demás grupos.
Las enfermeras mencionaron “es que muchos se fueron a otras sedes en otros municipios, por eso no hay tantos, nos quedaremos con un buen número de vacunas todavía.”
En el auditorio y gimnasio, se presenciaron cuatro personas con mareos y una de ellas a punto del desmayo.
“No sé por qué a los jóvenes les está pegando mucho, los atonta, pero se debe a su sistema inmunológico, la vacuna lucha con un cuerpo fuerte.” Compartió uno de los organizadores.
“Si se empiezan a sentir mal, tomen paracetamol de 500 gramos y si no les aminora la molestia, háganlo por tres días, tomen mucha agua y de nuevo, no consuman alcohol.” Repetían las enfermeras.
Celulares por todas partes celebrando la adquisición de una barrera protectora, risas, gritos terroríficos, padres de familia a la espera de sus hijos, cual etapa escolar.
12:37 de la mañana, una réplica del Covid-19 que padecí un año atrás, se apoderó nuevamente de mis arterías, empero, representa el éxito de la vacuna aterrizando y cubriendo mi sistema inmunológico, el mismo éxito de la primera dosis recibida por metepequenses de 18 a 29 años, el último grupo seleccionado para ser vacunados, hasta ahora.
(Foto: Aranxa Solleiro)
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