Eric Rosas
Frenados por falta de chips
Desde su invención en el siglo pasado, los circuitos eléctricos miniaturizados, comúnmente conocidos como microchips, han ido ocupando un lugar central en el funcionamiento de diversos dispositivos modernos: pantallas, teléfonos inteligentes, computadoras, tabletas e incluso vehículos, entre muchos otros. Los microprocesadores de propósito genérico, como los que son utilizados por las armadoras de vehículos ligeros, son diseñados principalmente por empresas como las estadounidenses Intel Corporation y Advanced Micro Devices Incorporated (AMD); sin embargo, su manufactura es realizada casi exclusivamente por cuatro productores: la misma Intel y tres compañías más, localizadas todas en Asia: Samsung Electronics, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) y la firma china Semiconductor Manufacturing International Coorporation (SMIC). Esta grand concentración de la manufactura de los circuitos semiconductores se acentuó todavía más hace algunos años, luego de que Intel redujera su cuota de producción para enfocarse más en su diseño, provocando que Korea y Taiwan concentren actualmente más del 80 % de la participación global de este marcado.
Pero el brote de covid-19 ha venido a desnudar las consecuencias negativas que esta aglutinación geográfica conlleva para la industria automotriz en todo el mundo. Con el confinamiento total ordenado en la República Popular de China, SMIC se debió de detener también la producción de los microchips que consume la industria local, incluida su vasta y creciente planta instalada de armadoras de vehículos motorizados y eléctricos. Tras la apertura del gigante asiático, debieron ser los proveedores extranjeros de estos cerebros de estado sólido, como Samsung Electronics y TSMC, quienes hicieran frente al pico de demanda ocasionado por los meses de paro, pero esto causó que la ola de desabasto de microchips comenzara a propagarse —a su propia velocidad— hacia el oeste, casi siguiendo al virus.
Primero fueron las armadoras de vehículos instaladas en Europa y posteriormente las de América, las que han terminado pagando las consecuencias del enorme acaparamiento de la producción de microprocesadores por parte de China. Esto, en parte, fue lo que levantó las alertas en la Casa Blanca he hizo que el cuadragésimo sexto presidente estadounidense ordenara una urgente revisión de las cadenas de proveeduría para las industrias clave de ese país, entre las que quedaron incluidas, por supuesto, la de los circuitos semiconductores que, para el caso de nuestro país vecino, no sólo posibilitan el funcionamiento de los automóviles, sino las de otros sectores muy relevantes, como la defensa, las finanzas o las telecomunicaciones.
Para la industria asentada en nuestro país la proveeduría de chips es también un asunto crítico que ha ocupado ya la atención del gabinete económico, pues estos microcircuitos electrónicos son imprescindibles para las armadoras de vehículos ligeros, pero también para otras industrias como las de la instrumentación médica o la de la electrónica, en las que México se ha convertido en un proveedor mundial importante. Es por todos estos sectores tan relevantes para la economía de México que vendría muy bien el que firmas como Intel mudaran parte de su manufactura de microchips a nuestro territorio; sin embargo, esto sólo podrá suceder cuando aquí encuentren, no sólo concesiones fiscales, sino insumos clave para el sector, como el talento especializado, la logística y la infraestructura metrológica adecuadas.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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