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"Piratas Metepec", el esfuerzo individual de Hector por posicionar la disciplina de la esgrima en la región

Aranxa Solleiro  

Hace más de cuatro siglos, cuando aún la idea deportiva que revolucionaría al mundo permanecía ausente de las manos del hombre y de su vista, en Grecia, el faraón Ramsés III organizó una competencia deportiva en el templo “Médinet-About” con motivo de celebración contra los Libios en 1190 antes de la llegada del hijo del carpintero José y María la Virgen al planeta terrestre, dicho así por el profesor en historia Gerard Six (shorturl.at/zGIU0). 

Los movimientos plasmados en cada competidor enamoraron a los asistentes, especialmente a los griegos, pues a partir de dicho magno derroche de movimientos delicados con toques diminutamente agresivos entre los valientes deportistas aquel día de deseos infaustos de Ramsés, la esgrima fue representada en los primeros Juegos Olímpicos de los años 776 a.C. Siendo de saltos de fondo y muñecas extraordinariamente fuertes, el destello de Tere Raygoza la primera profesora del ahora entrenador de una campeona nacional, tres competidores nacionales e iberoamericanos y apasionado por la entrega en sus más de diez alumnos amantes del deporte elegante.  

Héctor Montero originario del Estado de México es el comandante y fundador de la única escuela independiente de Esgrima en Metepec, por él nombrada “Piratas Metepec”, la cual desde 2017 recrea un ambiente de caballería fina, evocando enfurecimientos romanos con espadas puntiagudas y armaduras de acero. Héctor es padre de Mafer Montero, quien es actual campeona nacional de Esgrima y quien orgulloso comparte con cada uno de sus alumnos la destreza que de su amor por el deporte emerge.  

Él, quien también fue campeón nacional, competidor olímpico y participante en juegos iberoamericanos, comparte que no ha sido fácil el recibimiento de los citadinos metepequenses y toluqueños por la esgrima, en tanto que se piensa que es una competencia que muy pocos pueden alcanzar, por motivos económicos particularmente, siendo el costo del equipo igual o menor al de un jugador de fútbol americano.  

Mientras los alumnos corren por el gimnasio de los Piratas, él recrea un autentico establecimiento infesto de emociones, mostrando el equipamiento que debe de portar cada esgrimista, una careta sin blindar de alrededor de 500 gramos, un chaleco protector, del cual se marcan los puntos del contrario que ataca cuando lanza desconsideradamente -pero vivaz- el espadazo que podría perforar cualquier cavidad corporal, si no se tiene la técnica adecuada.  

El otro responde haciendo un movimiento de ataque, el movimiento preciso que caracteriza al deporte y su garbo, donde la mano -casi siempre derecha- queda con la espada viendo hacia el cielo y el pie se desliza hacía atrás con tal suavidad que parece contar con una suela especial que roza silenciosamente en el piso.  Alguno de los dos contrincantes actúa veloz, gira la muñeca sobre la mano del que atacó primero e inyecta fuertemente la punta de la espada en el chaleco eléctrico, generando un sonido alarmante encendiendo una luz rojiza en el tablero. En efecto, el punto es bueno, pues si fuera blanca la luz, el golpe enfurecido se inserta en un fallo. 

No más de cinco kilos pueden cargarse en el equipo, a pesar de su pesaje entre la espada, la careta, el chaleco, el pantalón y el guante, el competidor es capaz de moverse, de sudar y emocionar a cualquiera que esté presente mientras combate.  

Con más de 27 años de experiencia, Héctor entrega el corazón, más que el físico, le debe sus días de entrenamiento -que tanto tuvo de poner en pausa por motivos de pandemia- a la ilusión de ganar nuevamente una competencia. Acapulco le espera en los próximos meses, mientras tanto abre todos los días su espacio de entrenamiento para dedicarse a lo que siempre ha sido suyo, deseando que perdure durante generaciones de campeones.  

(Foto: Aranxa Solleiro)  


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