No atendí aquel graznido alarmante:
estaba adentro del carro,
ahí era donde quería estar.
Iba atrás del copiloto,
capturaba las líneas blancas de la carretera
que la facia devoraba a 180.
Salimos de una galera escandalosa y llena de santos
con piñas de cabeza
sabor madera fermentada
nuevos afectos sobre dopamina
como cenizas en la boca del estómago
que se posan sobre ojos descentrados
y se exhalan desde el anticongelante tapado
cuya lengua dice
e
s t
á
s
v
i
v a
como cenizas
se abre un portón hacia un muro que esquiva la defensa
y sus altas son realmente intermitentes,
sus luces, más que calaveras de reversa,
cristales estampados
en la corteza de un tule legendario
e
s t
á
s
v
i
v a
como cenizas
cuyo escape se meaba en zona prohibida.
Su humedad quedó grabada en las burbujas del asiento
combinando mi olor con vestigios de vómito
el acelerador me remite
con pisadas de clavo
un baile arrítmico
–¡desde ese entonces, fíjate!–
de un principito que salta a soldado de plomo
y que pintaba también la línea blanca en su concreto
e
s t
á
s
v
i
v a
lo cuento
mirando de soslayo la nostalgia
con mi mirada descentrada
sorprendida en su reflejo
en donde
ahora
cuando mis zapatos no soportan
el ardor del sol en el cemento
lo que más deseo es poder
extenderme a cuatro llantas
a 180
y conducirme a su voz.
Este poema surgió en una asociación libre colectiva, como si de 1 a 2 hubiera surgido un decimal que, a su vez, se dividió en partes infinitas. Así veo la memoria. El ejercicio del recuerdo y su escritura es algo para mí muy valioso, pero más valioso es cuando se comparte con diversos números que no son unx.
Aída Escobedo(Puebla, 1991) es licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica porla BUAP y maestrante en Teoría Crítica y Psicoanálisis en 17, Instituto de Estudios Crí-ticos. Forma parte del taller de poesía de la revistaGrafógrafxs
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