Aranxa Solleiro
Semejante a una alineación de estudiantes conmovidos por entrar a la máxima casa de estudios, se acomodaron uno a uno alrededor de 500 profesores entre las 11 a las 13 horas de un viernes en vísperas del día del maestro, demostraron resiliencia para ser vacunados contra el enemigo invisible, mejor conocido como “Sars-cov-2” en el municipio de Lerma, Estado de México; con un sol inmenso sobre la nuca y una desorganización que a momentos desalentaba la delicadeza de la docencia,
Justo, en un escenario donde las edades dejaron de importar por fin, donde se abrieron las puertas a generaciones que asimilaban ser protegidos en una larga espera. Karla Montoya (31 años) y su compañera Ana (32 años), esperaban a entrar al espacio indicado con una conversación que les provocaba una risa escandalosa a pesar del nerviosismo que la inyección les dibujaba.
“Yo no estoy de acuerdo completamente de que los profesores seamos vacunados cuando todavía hay muchos del personal de salud que no han sido vacunados. Ellos están verdaderamente en contacto con el virus, ellos merecen ser atendidos, nosotros creo que podíamos esperar un poco más.” Argumentó Ana que del café miel de sus iris se reflejaba el sol.
“Sí, estoy de acuerdo en eso. Pero también creo que les hará mucho bien a los alumnos tener clases presenciales, merecen ya tener una educación debida, que no se logra a través de los dispositivos electrónicos.” Enfatizó Karla.
Ambas, pertenecen al nivel medio superior y superior en escuela pública, aún a pesar de su juventud, están decididas a dar lo mejor de ellas mismas para recuperar las oportunidades perdidas frente a una pantalla. Los beneficios y salud -en términos educativos- para ellas, se verán reflejados después de que los estudiantes se incorporen a las aulas nuevamente.
Más adelante en la fila, casi rozando la entrada, se hallaba el profesor José Luis, quien es uno de los encargados de la organización y del flujo adecuado de catedráticos en la Escuela Secundaria No. 008 “Licenciado. Abel Salazar”, elegida como la sede de vacunación, portando un sombrero para cubrirse el rostro de los rayos solares flamígeros, anunciaba en voz alta las indicaciones que debían ser acatadas por todos y tener un evento exitoso. No obstante, mientras compartía el dato en entrevista: “esperamos que se vacunen alrededor de 50 mil profesores aquí, todo va fluyendo muy bien, la verdad, a lo mejor el único momento donde todo se alenta un poco es, cuando tenemos que esperar los 15 minutos de reposo, de ahí en fuera nada malo ha sucedido.” Se combinó de inmediato con una voz varonil que emitía molestia ante el caos que sus ojos presenciaban de docentes mal formados: “¿qué están haciendo aquí? ¡Regresen a como estaban formados!” La mirada en metamorfosis de los docentes asemejando a un alumno tras ser regañado después de lo que gritó el profesor malhumorado, provocó una diminuta discusión: “pero es que usted nos dijo que nos formáramos así.” “Sí, sí, usted nos dijo eso.” Comentaron los catedráticos: Ángel Gutiérrez y Carolina Ortiz.
La chancha de baloncesto se transformó en un magno escenario donde se colocaba a los docentes a punto de ser inoculados en cuadriculas similares a los de cuadernos de matemáticas, se les veía nerviosos a unos, sudaban, sus manos se entorpecían dejando caer sus documentos de datos generales, tosían, respiraban rápidamente y veían solamente pasar a las enfermeras con el liquido protector cargado y una gaza para evitar un sangrado salvaje.
1, 2, 3, 4 contaban en su mente al momento de que les anunciaban que les iban a dar “el piquetito”, cuando desde el segundo 2 las manos suavizadas y del peso de una pluma de las enfermeras, les habían inyectado todo.
La espera de 15 minutos bastó para reflexionar el hecho, el momento de selección de especie en términos Darwinianos, donde unos vencieron una batalla y otros (ellos) siguen luchando por seguir adelante. El profesor Ángel Gutiérrez (47 años) profesor del Colegio Mano Amiga, recordaba aquellos seres queridos que tuvo que despedir durante el año pasado y el presente, cuyas oportunidades de ser vacunados se difuminaron tal como sus sueños y sus caminos recorridos, “para mi familia es una ilusión que yo esté aquí, para mis compañeros de la institución en la que trabajo también, para mí es similar a estar en una guerra, donde ves morir a varios y donde a ti te toca ser salvado.” Dijo con un cansancio fumigante en su mirada, pues según lo compartido por él, cumplía el cierre de un satisfactorio segundo semestre pandémico, en el que el rostro de sus alumnos se convirtió en iconos con las iniciales de sus nombres y en voces destellantes emitidas por un micrófono diminuto.
Detrás de las puertas del estacionamiento salían cual festival entre sonrisas, lamentos y hartazgo. Ezequiel Jaramillo (24 años) esperaba a su novia, quien es catedrática, se le veía preocupado, pues tenía más de 40 minutos esperando sin saber de ella, empero, sus ilusiones respecto a la vacuna son escasas, ya que según sus relatos: “lo que no se ve, no debe de ser temido. La vacuna la verdad, no creo que sea muy confiable, porque nadie conoce bien a la enfermedad y para ser honestos, yo no creo en ella. Si mi novia está aquí es porque casi, casi la obligaron pero ella tampoco quería ser vacunada.” La opinión de él, de inmediato se evaporó cuando la docente Lupita (45 años) salía de la escuela con una languidez peculiar, compartiendo: “me siento bien, por fin estoy protegida.”
El inicio de la jornada de vacunación para docentes en Lerma y país en general, dio cuenta una vez más de que la educación y los profesores, irán a la cabecera de un país y sus pupilos, el -evidente- futuro de una sociedad.
(Foto: Aranxa Solleiro)
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