Por Claudia Elisa López Miranda
Integrante del Círculo Feminista Alaíde Foppa
En estos días empecé a leer “El invencible verano de Liliana” de Cristina Rivera Garza, una escritora que sigo y admiro desde hace tiempo. Aunque ya sé que su escritura me resulta siempre atractiva y estimulante, este libro me parece particularmente importante y familiar. Hay muchos temas en los que es posible detenerse, pero hoy me interesa hablar sobre el peso que la autora otorga al lenguaje.
El libro transcurre en torno al feminicidio de Liliana Rivera Garza, suceso al que Cristina ‘regresa’ después de 29 años, para nombrarlo y pedir justicia, por su hermana y por todas las mujeres víctimas de violencia de género en nuestro país y las familias que han tenido que vivir el dolor callado, por no contar con herramientas para definir y designar dicha violencia.
Se trata de una historia personal, pero también de una reflexión casi sociológica sobre cómo el feminismo ha hecho plausible la demanda de justicia y sobre cómo el movimiento nos ha permitido nombrar las violencias, Cristina escribe a su hermana: “llegó el día en que, con otras, gracias a la fuerza de otras, pudimos pensar, imaginar siquiera, que también nos tocaba la justicia […] que podíamos luchar, en voz alta y con otras para traerte aquí, a la casa de la justicia. Al lenguaje de la justicia”
En el libro Cristina subraya el trabajo de generaciones enteras de feministas que han hecho posible la desnaturalización de prácticas como el piropo callejero, que ha pasado de pensarse como halago a denunciarse como acoso en el espacio público. La autora reflexiona en torno a cómo “llamar a las cosas por su nombre requiere a menudo inventar nuevos nombres. Hostigamiento laboral. Discriminación. Violencia Sexual. El violador eres tú” y señala la relevancia de crear junto con otras un lenguaje preciso que pueda definir, alertar y, en el mejor de los casos, evitar la violencia de género.
Al respecto es fundamental comprender que “a las palabras no se las lleva el viento”, las palabras son actos, hacen cosas en el mundo: reprueban, dignifican, construyen. Hoy tenemos conceptos para designar las violencias que por años se refugiaron en términos imprecisos y vacuos, hoy nombramos feminicidio al feminicidio, acoso al acoso, violencia doméstica a la violencia doméstica.
Ahora sabemos que la vergüenza y el miedo cambiaron de bando, hoy las mujeres de Toluca, del Estado de México y de todo el país, tenemos no sólo un lenguaje, sino una manada que nos acuerpa y nos da la certeza de que, sí, como sentencia Cristina, “al patriarcado, lo vamos a tirar”.
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