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ROSTROS ITINERANTES de Delfina Careaga. Segunda Parte. Capítulo I

ROSTROS ITINERANTES” 

NOVELA ACREEDORA A LA BECA FOCAEM 2012 

(Inspirada en la vida y obra del pintor Felipe Santiago Gutiérrez) 

DE DELFINA CAREAGA

SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO I

El sol de verano en Toluca, quemaba.

La determinación no fue fácil de cumplirse inmediatamente. Había muchas cosas que hacer antes de tomar la maleta y emprender el viaje. Por principio, Andrés volvió a conversar largamente con Sánchez Molina para que al final ambos llegaron a una conclusión: Andrés debía escribir a Enrique Javier Ramos, proponiéndole lo substituyera en su cátedra, no conocían alguien más brillante y eficiente como Ramos, y si éste aceptaba, ahora que se le terminaba la beca en Roma, Andrés sólo debería aguardar a que llegara a México.

La contestación de Enrique no se hizo esperar: aceptaba de mil amores la cátedra en el Instituto de Toluca. E Ignacio volvió a hablar con Andrés.

         ---¿Está seguro, entonces, de su decisión de viajar? Y le repito que no debe afligirse por sus alumnos. Acabo de conseguir a un maestro substituto que, aunque no tenga la altura de los conocimientos de usted, podrá continuar con las clases hasta que llegue Enrique. Así es que desde este momento está usted libre para preparar su viaje.

         ---Eso me quita un gran peso de encima; muchas gracias, Ignacio. Y, sí, por supuesto, cada vez estoy más decidido a viajar.

         ---¿Por qué en tanto llega Ramos no regresa a la Academia? Yo sé cuánta seguridad le daría volver a ver y conversar con su maestro Pelegrín Clavé.

         La mirada de Andrés adquirió un brillo muy significativo.

         ---¡Dios mío, qué bien me conoce Ignacio! Es justamente el refuerzo que necesito ---exclamó contento.

         Sánchez Molina sonrió.

         ---A mí también me parece lo mejor. Mientras yo escribiré a mis amigos que se encuentren en las poblaciones que usted visitará, para que lo reciban y lo atiendan como usted se merece, y claro… ---y aquí le guiñó un ojo a Andrés--- para que su presencia les haga pensar en la buena inversión que harían al tener un original del gran pintor Guzmán.

         Andrés sintió un enorme cariño por aquel ser bondadoso que seguía pensando, para ayudarlo como un hermano, en todo aquello que le convenía.

         ---Bueno, pues hay que ver los mapas y empezar a hacer el itinerario. ¿Le parece, Andrés?

         Éste levantó la cabeza, también sonriendo, con un gesto de asentimiento y se dirigió hacia el mapa que su amigo ya extendía sobre el escritorio.

Después de amables y entusiastas discusiones, llegaron a la conclusión de que Andrés iría primeramente a Panamá, de ahí a California y después a Nueva York. Todo el tiempo trabajando, pintando y participando en exposiciones, no sólo dándose a conocer sino con el fin de juntar dinero para continuar su viaje hacia Europa. También quería visitar algunos países de la América hispana.

         —Antes que emprenda la travesía hacia Mazatlán donde tomará el barco para Panamá —le dijo Ignacio—, quiero suplicarle que detenga un momento su viaje en Querétaro. Ahí, si me hace el favor, le llevará un mensaje a mi amigo Carlos Agustín Cervantes. Él, quien sabe de usted por mis cartas, me ha pedido conocerlo en persona porque lo que más desea es que usted le haga un retrato familiar. No puedo desoír su ruego; a Carlos Agustín le debo mucho. Y usted, Andrés ¿me hará ese inmenso favor?

         —Por supuesto Ignacio. ¿Existe algo que yo no haga por usted? ¡Y por mí! que todo el dinero que junte es necesario para prolongar la travesía.

Pronto estuvo listo para volver a México.

         ---Regresaré ---les decía--- para entonces irme “en serio”.

---Así es ---corroboraba Tomás---; éste es sólo el ensayo general de tu despedida. Luego volverás para decirnos el adiós definitivo.

---¡Tampoco, amigo! ¡Ni que fuera a morirme! ---respondía él medio en serio, medio en broma.

---¡Sí, qué tontería, Tomás! Aunque se vaya, Andrés jamás estará ausente de nosotros ---decía Ignacio con su natural generosidad.

Cuando Andrés tomó la diligencia para la ciudad de México, hubo un instante en que estuvo por echar todo el proyecto por la borda. Habían sido 14 años en Toluca y muchas penas y gozos, frustraciones y logros lo unían a esa población a la cual sentía profundamente suya.

         Al llegar a México se instaló en un hotel céntrico y barato. Al día siguiente se encaminó hacia la vieja vecindad donde había pasado su adolescencia y primera juventud. Hacía más de un año que la correspondencia con Benito y Luis Gonzaga se había interrumpido; simplemente no había vuelto a recibir sus cartas ni notificación alguna de sus residencias. Desde entonces tenía la preocupación al pensar que podría haberles sucedido algo malo.F

         Al pisar de nuevo ese piso de piedra lustrosa de la vecindad, se le echaron encima un montón de recuerdos, y hasta le pareció ver subir las escaleras a Gabriel, tan alto y delgado, tan fuertemente unido a su vida. Necesitó cerrar los ojos un instante para sustraerse del pasado, y se dirigió hacia la portería. Ya no existía doña Pachita, la antigua portera, pero estaba en su lugar una hija a la que Andrés había conocido siendo ésta una jovencita. Pachita chica, ahora llena de hijos, le informó de sus amigos.

—Don Luis se jué a su pueblo a la muerte de su papá a encargarse de sus tierras. Don Benito se casó y tuvieron dos niños juntos, de ésos que les dicen gemelos. Aquí vivieron como dos o tres años más y después también se jueron. Doña Rosa, la mujer de don Luis, me dijo que se iban a Estados Unidos, o sea a Uropa, y ya no volví a saber de ellos. —De esta forma, Andrés no pudo enterarse de nada más, únicamente desde el fondo de su corazón les deseó suerte.

         Después salió de allí con gran nostalgia. ¡Hubiera querido volver a verlos! Pero se consoló pensando que, por lo menos, todo indicaba que se encontraban bien. Enseguida se impuso el pensamiento de lo que debía hacer, y directo cruzó las pocas calles que lo separaban de San Carlos.

El reencuentro con el maestro Clavé, fue muy emotivo. A ambos pintores los vinculaba no sólo el lazo de maestro-alumno, sino el de un mutuo respeto lleno de admiración. 


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