2020-11-23-las-locuras-familiares-de-delfina-careaga

LAS LOCURAS FAMILIARES de Delfina Careaga

Buenos días. Hoy lunes, como todos los lunes, se levanta uno con la expectativa ante los aconteceres de esa semana que empieza. En mi caso muy contenta de pertenecer a “Portal” que me abre la puerta a un nuevo lugar de trabajo, con nuevos compañeros y acontecimientos. 

Por lo tanto, este es mi saludo esperando que los lectores que me hagan la merced de leer mis letras, se sientan satisfechos y, sobre todo, entretenidos. Les hablaré de todo lo que me ocurra y de lo que se me ocurra, siempre dentro del deseo de darles gusto. Para esto, ya con el tiempo, me gustaría que me hicieran el favor de pedirme algún tema en especial. Humildemente puedo hablar de cualquier cosa excepto de la complicada ciencia tecnológica que, quizás por mi edad, me es difícil entender. Pero cine, música e incidentes juveniles, todos los que quieran. Y bueno, me despido para presentarme ante ustedes como una nueva colaboradora a sus muy respetables órdenes. 

LAS LOCURAS FAMILIARES

Delfina Careaga

Yo viví absorbiendo las palabras y sus eufemismos. Por ejemplo, una de las muchachas que ayudaba en el aseo de la casa, mencionó en una ocasión —ignoro por qué—, la palabra “caca”. De inmediato relacioné su significado. Yo era muy chiquita, apenas empezaba a hablar. Cuando todos estábamos sentados ante la larga mesa del comedor y yo en mi sillita, dispuestos a empezar a comer, se me ocurrió decir “caca” y mis parientes, escandalizados, dejaron caer las cucharas. Mi mamá (así le decía yo a mi abuelita) se volvió hacia mí con una sonrisa macabra: No, la niña no quiso decir eso, ella quiere decir “leca”, ¿verdad, mi amor? La miré seriamente: No, “caca” repetí yo. “Leca” hicieron coro algunos de mis tíos. “CACA”, grité ya muy ofendida. Bueno, terminé llorando insistiendo en mi posición, “caca” suplicando que me creyeran, es decir, que me respetaran, pero no lo logré. De pronto y tajantemente, mi abuela dio por terminada la discusión y me metió la cuchara llena de sopa en la boca. Se acabó. Cuando mis primas y yo tuvimos unos añitos más nos enseñaron a substituir la maloliente y horrorosa palabra “caca” por el eufemismo “cue” o “cueto”; con decirles que hasta la fecha, a veces, vuelvo a utilizarlo. ¡Las aberraciones de la burguesía! 

Mi familia se movía a base de ritos, hoy diríamos “slogans”: actos repetidos que correspondían a determinadas situaciones. Por ejemplo: tocaban a la puerta de la casa y mi Tialí, estuviera lo que estuviera haciendo o no haciendo nada, decía in-va-ria-ble-men-te: “¿Quién será, quién será cielo  santo? Yo me muero de curiosidad”, pero no se movía continuando con la tarea que estuviera haciendo. Otra: Papábuelito, cuando estaba muy contento (generalmente en vísperas de que hiciéramos un viaje de paseo), decía de pronto: “¡Zancas de gallo copetón, Espiridión Salazar!”, ¿qué quería decir?, quién sabe (me parece que era dicho por un personaje de la zarzuela “La Verbena de la Paloma”, pero ya no me acuerdo bien). Aunque no necesitábamos comprender más que su contento por el próximo viaje. Por otra parte mi abuela (o sea mi mamá, o mamane o mamanita), cada vez que suspiraba se le oía decir lo mismo: “¡Ay, qué triste es la vida sin amor, pero más triste es acostarse sin cenar!”. Yo me acostumbré a escucharlos ya sin asombro ni sonrisas irónicas. Era, simplemente, una forma de ser entre otras cosas que al repetirse se volvían una especie de tradición totalmente sui géneris. 

Cada familia contiene en su vida diaria una serie de actitudes absolutamente particulares, las mismas que la hacen única y recordada con cariño entre sus miembros. 


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Nacional
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