Sin detenerse y al mismo tiempo con una coraza extraordinaria que protege su cuerpo y su mente de casi cualquier enfermedad viral, continúan trabajando en los tiraderos de basura. Los pepenadores, han sido de los pocos grupos sociales que no han tenido ningún descanso desde inicios de año, a pesar de la contingencia y los días de cuarentena oficial, su labor no pudo tener el mismo privilegio que muchos otros y es esencial para el correcto movimiento del engranaje social.
Aranxa Solleiro
En el Estado de México, el relleno sanitario Bordo de Xochiaca, ubicado en el Municipio de Nazahualcóyotl, el cual recibe desechos del Valle de México y zonas aledañas de la Ciudad de México, cuenta con alrededor de 500 trabajadores, quienes pepenan diariamente lo poco o mucho que puedan encontrar en los residuos.
Entre olores penetrantes y un sinnúmero de vahos elevándose en el aire, el Covid-19 se percibe casi identificable aun con su invisibilidad ante el ojo humano. Yolanda Saavedra tiene años trabajando en el Bordo, se nota cansada con el reflejo del sol sobre sus pestañas y sus marcas en el rostro que aseguran un arduo trabajo diario. Sonríe frenéticamente, como si cualquier miedo imperando la mente de un ser humano externo a su espacio laboral, no fuera permitido en su alma.
“De lo que nos han dicho que debemos de traer forzosamente al ingresar aquí (al bordo) es cubrebocas todo el tiempo, el estar limpiándonos las manos con gel antibacterial y no traer niños. A mis hijos que están chicos los dejo con mi mamá y ni modo, tengo que salir. No voy a decir que no corro riesgo o alguno otro de mis compañeros tampoco, pero la verdad de todo el tiempo que llevamos tratando residuos o basura en nuestra vida, pues la verdad es que sí tenemos mejores anticuerpos que alguien que no trabaja en lo que nosotros hacemos. O sea, no somos inmunes, sí nos podemos enfermar pero yo creo que será un poco menos el riesgo para nosotros.” Asegura firmemente mientras continua la recolección de productos que podrían ser de valor para ganarse un poco de monedas.
Dentro de los residuos que más son de riesgo, se reciben por parte del Hospital de La Perla, el Hospital Gustavo Baz y el Panteón Municipal, de inmediato que arriban las unidades con cargamento, son separadas las bolsas y se colocan en un espacio donde los trabajadores no tienen acceso para evitar su contacto con ellos.
“Hemos encontrado de todo: ataúdes, cosas de limpieza de hospitales, tapabocas, guantes, jeringas, etc. Todo eso está ubicado lejos de los recolectores y cubiertos para que ellos no vengan y tengan el riesgo de infectarse, porque pues no hay nada valorizable aquí.” Comparte Gualberto, coordinanor de residuos del sitio.
A lo lejos, se asemeja un paisaje del filme Mad Max con un fuego impetuoso, que a pesar de no tenerse literalmente en el espacio, se siente un calor magno con las más de 950 toneladas de desechos que se reciben diariamente al mixturizarse con los rayos solares. Se pisa de todo: jueguetes, ropa, desechables, espejos, zapatos y hasta libros, mismos que para Juan Favela son ideales para obtener por lo menos una remuneración y darle de comer a sus hijos.
“No se ha tenido ningún caso, cada que llegan las unidades de basura se sanitizan y yo de inmediato que llego a mi casa me quito los zapatos y tiro toda mi ropa a la basura, sé que tampoco es lo mejor y eso ha hecho también que gaste en comprar más, pero es necesario para que me proteja y proteja sobre todo a mi familia que es la que se queda en casa.” Comparte sacudiendo sus manos empolvadas.
Más adelante, dentro de un camión de aspecto deleznable se encuentra Santiago Páramo, cubriendo su rostro con un pañuelo que pretende improvisar a un cubrebocas:
“me encomiendo a Dios y salimos a trabajar. Como algunos no tienen ahorita y las cosas están muy difíciles, pues se van juntando, entonces pues aquí hay de todo, algunos que ya llevamos años, como gente nueva pero todos salimos para tener un pan cada día y ahorrar lo más que se pueda, porque no es tiempo para gastar.”
Arriban más de cinco camionetas desbordadas de residuos, en bolsas cual arcoíris que se perciben de todos colores, a la par llegan bicicletas con espacio para depositar desechos y cada uno se saluda con el entusiasmo debido.
Antes de la pandemia se recibían un aproximado de 120 toneladas diarias, sin embargo desde el mes de abril se notó una disminución por el cierre de tiendas y por la poca confianza de la población para entregar su basura. Hoy, las actividades van aumentando, los desechos se comienzan a notar en mayor cantidad, no obstante la fortaleza y valentía de los trabajadores, no cesa ni un grado porcentual.
De una choza de botellas y empaques de material pet aparece Dario, observa firmemente a sus compañeros y a aquel desierto de aspecto surrealista, se nota animado puesto que está listo para comenzar a degustar su comida del mediodía, “nosotros tenemos más defensas que los que están afuera. Aquí tenemos contacto con cosas que los de allá afuera no y entonces pues nos vamos generando defensas y si nosotros no saliéramos, estarían peor las calles llenas de basura, entonces necesitamos hacerlo para tener qué comer, aunque sea arriesgándonos y los que no deban de hacerlo todavía pues que no salgan. Aunque ya se haya iniciado todo otra vez, ojalá que si tienen oportunidad, pues sigan cuidándose, ya nosotros vemos qué hacemos.”
Así es una esfera donde todo ha llegado menos –y por fortuna- el latente Covid-19 hasta ahora.
(Foto: Aranxa Solleiro)
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