2020-09-07-el-fatal-desenlace-de-la-angustia-cronica-de-un-fallecimiento-por-covid-19

El fatal desenlace de la angustia, crónica de un fallecimiento por COVID-19

“Un día hay vida y de repente… sucede que hay muerte” 

Paul Auster.

La pandemia dio inicio a finales del mes de diciembre en Wuhan, China, las alertas parecían incrementarse cuando los contagios se multiplicaban sin cansancio y los dedicados al sector salud, se angustiaban por el desconocimiento de un tratamiento eficaz, puesto que los síntomas de neumonía no correspondían en su totalidad con lo que ahora se presentaba.  

El primer fallecido, entonces, desencadeno un sentimiento amedrentado en la esfera de los hospitales. Después de él, ahora se tenía que lidiar no solo con la rapidez de un contagio, sino de la facilidad con que aquella posible neumonía, atacaba el cuerpo humano.  

El 11 de febrero del presente año, la Organización Mundial de la Salud declaró que el nuevo Coronavirus, denominado “Covid-19” podía propagarse rápidamente de un cuerpo a otro, por lo que se generaron alertas mundialmente para prevenir su transmisión. Ese mismo día en México se difundía solamente los mil 16 decesos en China y en el país mexicano, las autoridades de Salud confirmaron que habían resultado negativos los 11 casos sospechosos del mal.  

18 de marzo de 2020, la primera víctima registrada a causa de un virus invisible y sumamente letal, se presentaba en la lista oficial expedida por la Secretaría de Salud Federal, la historia de la devastación comenzaba. 

Juan Cruz residente del Municipio de Metepec, sintonizaba la televisión en compañía de sus hijos y sus nietos ese mismo 18, el día anterior a ello, habían celebrado el ingreso de su hijo a uno de los trabajos que había soñado. Ingeniero recién egresado y con el entusiasmo suficiente para defender sus conocimientos y su pasión por ser mejor. El 13 de enero, Juan cumplió los 58 años de edad, sus músculos, sus vertebras y sus articulaciones indicaban una salud envidiable.  

Desde quince años atrás, estableció su mecánico, el cual lo atendía junto con su cuñado y su hermano. Sin embargo por las tardes, ayudaba a su esposa a vender tamales y atole afuera de su casa, la afluencia en ambos negocios era considerable, afortunadamente no existía un escaso ingreso, sino que eran buscados con frecuencia por su adecuada labor y esfuerzo diario.  

23 de marzo, por comunicados del Gobierno Federal, se inicia la jornada de sana distancia y se clausuraron temporalmente, las actividades sociales, educativas y no esenciales. El mecánico y la venta de tamales tuvieron una pausa, la cual jamás habían presenciado desde su apertura. Su hijo regresaba a casa, sus jefes no le permitieron continuar por razones de cuidados. La única opción para continuar con el sustento diario, sería entonces incrementar el menú del negocio vespertino y realizar pedidos a domicilio. La idea era precisa, se contaba con el número de clientes suficientes para seguir adelante y no rendirse.  

Un mes después, la idea se concretó e inició el reto de crear páginas de Facebook, Instagram y un número de WhatsApp especial para los pedidos. “El primer mes de venta fue extraordinario”, lo argumenta así, Fernando su hijo. Las calles dibujaban una ciudad fantasma pero se contaba con un gran número de llamadas para la elaboración de productos. De un lado a otro se trasladaban, y se tenía en el pensamiento, el menor contacto posible con las personas: “utilizábamos guantes, careta y cubrebocas. Además, siempre salíamos con nuestro alcohol para desinfectarnos las manos y todo lo que tocábamos.” 

Tres meses y medio después, el 14 de julio, Fernando presentó los primeros síntomas, siendo él quien tenía más contacto con los clientes. Se resguardo en casa, trato de llevar una distancia al aislarse en su habitación, no obstante, doce días después, su padre iniciaba con fiebre de 39 ° y dificultad para respirar. A diferencia de la fortaleza y resistencia en el cuerpo de Fernando, Juan, tuvo que ser trasladado a un hospital una semana después de sentir los primeros malestares. El 2 de agosto la primera noche de tormento se presenciaba en la familia Cruz.  

“Le decíamos que íbamos a salir adelante, que todo iba a estar bien y que seguiríamos echándole muchas ganas para no dejarnos caer. Que él era muy fuerte y que no dejará de motivarnos como siempre.” Comentó apretando sus manos Diana, su esposa.  

Días y noches de angustia, de llanto, de desesperación. Un dispositivo móvil los conectaba cada tarde cuando se comunicaban a distancia. Algunos días se percibía mejoría, otros parecía que de nada servía el esfuerzo. “No te dejes, estamos acá esperándote. Ya queremos verte.” Le decían cada tarde. Hasta que sus pulmones suplicaron ayuda y fue intubado el 24 de agosto.  

Mientras se trataba de seguir con el negocio, el dolor de no contar con Juan era desolador, se seguía vendiendo pero con el alma destrozada por dentro. En la mañana del viernes 4 de septiembre, con 36 días interno y 14 de intubación, la sonrisa de Juan se reflejaba ahora en el sol. Su cuerpo fue entregado y a pesar de saber su poca oportunidad de velarlo, fue trasladado al día siguiente al panteón, acompañado de sus hijos y familiares cercanos.  

“Nosotros siempre creímos y parecía que todo lo estábamos haciendo bien pero tal parece que nos equivocamos.” Lo mencionó Diana, con un corazón perdido y un espíritu a contraluz. 

(Foto: Aranxa Albarrán)  


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