La vocación y el talento son dos activos que no parecen ser hereditarios; es decir, la frase popular de “zapatero, a tus zapatos”, no está respaldada por evidencia científica, que demuestre que el material genético predisponga a los descendientes a amar idénticas materias y a saber hacer las mismas actividades, que amaron y dominaron sus progenitores; sino que más bien es el fiel reflejo de la falta de movilidad social existente en épocas antiguas, en las que el conocimiento, los medios de producción, el poder político, etc., estaban acotados a las manos de élites perfectamente diferenciadas, como el clero, la nobleza o la burguesía.
Hijo de tigre
Ejemplos de lo anterior hay un sinnúmero en la historia de la humanidad. Napoleón III nunca tuvo el talante de estratega de su tío Napoleón Bonaparte; Pericles El Joven fue apenas una sombra del destacado genio político de su padre, el gran Pericles; George Walker Bush fue tan sólo un caricaturesco remedo de George Herbert Walker Bush; y, sin embargo, estos tres descendientes terminaron ocupando las máximas posiciones del ejercicio del poder en sus respectivas naciones, que también tuvieron sus antecesores, ellos sí, con evidentes méritos.
Muchas de estas prácticas se mantienen hasta nuestros días y aún ahora seguimos viendo a padres, hijos y hasta nietos, que parecen heredar el carisma, el talento, la inteligencia y, sobre todo, el dinero y amistades de sus antecesores, en ámbitos como la política, la farándula o los negocios. Pero la ciencia tampoco escapa al impulso protector que en otros entornos se califica sin empacho, como nepotismo. Y aunque varios vástagos han alcanzado la gloria Nobel de sus progenitores por sus propios méritos - Irène Curie (Pierre y Marie Curie), Lawrence Bragg (William Bragg), Aage N. Bohr (Niels Bohr), Ulf von Euler (Hans von Euler-Chelpin), Roger David Kornberg (Arthur Kornberg), Kai M. Siegbahn (Manne Siegbahn) y George Paget Thomson (Joseph John Thomson) -, en el medio académico el prestigio no tiende a “heredarse” a través del material genético, sino mediante la mentoría.
En un estudio estadístico dado a conocer tras la entrega de los Premios Nobel 2019, se muestra que los alumnos de los laureados Nobel tienen una probabilidad más de dos veces mayor de obtener este galardón, que los científicos más destacados en sus campos respectivos - medido con base en el prestigio de la universidad para la que laboran, el número, citas e impacto de sus publicaciones, y otros factores relevantes -, pero que no han recibido el premio. Los hijos de los “tigres de la ciencia” aventajan dos a uno a los científicos líderes, en cuanto a la probabilidad de ser nombrados miembros de sus respectivas academias nacionales de ciencias. Y los artículos científicos de los hijos putativos de los galardonados Nobel, reciben un mayor número de citas que los de los más reconocidos científicos de sus campos.
Otro hecho que destaca tras la acumulación de más de seiscientos laureados Nobel en física, química y fisiología, es que más de uno de cada cinco ganadores del premio, tuvo como supervisor doctoral a alguien quien ya había obtenido el Premio Nobel; y uno de cada seis fue entrenado - quizá como asistente posdoctoral o investigador visitante -, por otro condecorado. Siempre es posible que una mente brillante atraiga a más mentes excepcionales y esto active un círculo virtuoso; pero también podría ser que una vez que se ha logrado construir un prestigio, sea efectivamente factible derramar en otros las mieles del éxito obtenido.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
e.rosas@prodigy.net.mx
Twitter: @DrEricRosas
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