La excelencia conduce a la incompetencia, queremos hacer las cosas muy bien y terminamos haciéndolas bastante mal. El estrés del día a día es causante de que todos los días hagamos cosas mal hechas, cuando en otras condiciones seriamos capaces de hacer bien todas las tareas que se desprenden de nuestros roles de empleado, de padre de familia y en nuestras relaciones diarias.
El poder de la incompetencia directiva
Todos mis amigos me han referido que cuando asisten a una consulta médica siempre se les señalan como una causa de su padecimiento (a veces la principal), el nivel de estrés en el que viven. Hace poco mi hijo me dijo que, aunque le gustan mucho los peces, ya no compraría más porque en el acuario le habían dicho que si tenía muchos se reduciría su espacio y consecuentemente vivirían estresados.
Necesitamos reforzar nuestra lucha contra la incompetencia directiva, que es un factor muy dañino para instituciones y empresas; un dato reciente señala que el 40% de las organizaciones que aparecen ahora en el Ranking Fortune de las 500 empresas más importantes del mundo, terminarán por desaparecer en 10 años.
La incompetencia directiva se sitúa incluso por encima de la ineptitud técnica, esta última una vez que es reconocida por el jefe inmediato, es compensada recurriendo a personas competentes. Los empleados no se quejan regularmente de la falta de talento de sus jefes, pero si lo hacen de la falta de valores como la justicia y la prudencia, que les afectan en sus relaciones para lograr la productividad que solicita el consejo directivo.
Estoy convencido de que un buen jefe no debería de preocuparse por ser excesivamente dominante en su área de trabajo, más bien debiera enfocarse en potenciar sus habilidades de trabajo en equipo, así como la sola virtud de la prudencia, y sin duda, tendría mayor éxito en su carrera laboral.
Conozco infinidad de casos donde las personas altamente competentes cometieron errores que los llevaron a ser despedidos y desterrados de su profesión, aun cuando siempre se le reconoció calidad en su trabajo, el motivo por el que les sucedió esa desgracia es porque se olvidaron de repetir las rutinas que los llevaron al éxito. Dejaron de escuchar y saber aceptar las críticas, dejaron de aceptar mejores argumentos que los suyos, dejaron de dudar de sus propias ideas, porque… al fin y al cabo, tenían bastante experiencia para tomar las mejores decisiones.
Los directivos también fracasan porque se encargan de eliminar sistemáticamente a todo aquel empleado que no los apoya incondicionalmente. Es 100 veces más peligroso un directivo incompetente que un empleado incompetente, pues en manos del primero está la estrategia de todo el cuerpo directivo.
Otro tema que es el caldo de cultivo de la incompetencia directiva es el excesivo número de rutinas que tiene que cumplir la organización, diferentes a su razón de ser, y que no necesariamente aportan al mejor funcionamiento, existen infinidad de cursos y talleres de mejora continua que resultan en procesos más burocráticos, o también programa de gestión de calidad que sólo entorpecen la operación, con auditorías de cumplimiento que pierden en mucho papeleo al trabajador. Estos factores también son la causa por la que muchas empresas están desapareciendo y muchas instituciones públicas están cayendo en la falta de credibilidad y sumiéndose en una crisis de confianza ciudadana.
Quiero cerrar este espacio de reflexión con una frase que repetía insistentemente el Dr. José Chanes Nieto, a propósito de sus análisis sobre el sector público mexicano: “La incompetencia es la peor de las corrupciones”.
* Consultor en Gobernova
@CuevasRamon contacto@gobernova.com.mx @gobernova www.gobernova.com.mx
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