Sus manos se apasionan por el viento y su gravedad, se pone a prueba la fortaleza de las piernas mientras se prende de un monociclo. Un sombrero resalta ante una fila de desesperados automovilistas que desean todo, menos seguir en pausa. Vuela dirección a las nubes atestadas de agua, un arcoíris de mazas malabaristas revoloteando cual mariposas.
Aranxa Albarrán
A momentos se intercambian por los aros, que al igual se desenvuelven flotantes traspasando la luz rojiza del semáforo. Cuarenta segundos son suficientes para descubrir un talento inesperado. Se vuelve al piso, con más firmeza que ninguno e inicia la impaciente colecta monetaria.
Joel, es proveniente de uno de los Municipios de más tormenta y fama dentro del Estado de México: Ecatepec. Llegó a Toluca hace cinco años. Su amor por el arte y los actos de malabares le nacieron desde niño, cuando su padre lo llevó al circo. Desde entonces, cualquier botella podría ser de utilidad para crear una fiesta enorme en el aire.
Estudió la preparatoria completa pero por cuestiones familiares, su destino se vio forzado a cambiar el anhelado sendero de ser ingeniero automotriz.
“Estaba pasando por un problema familiar un poco duro, entonces tuve que poner en pausa mis estudios y ganar un poco de dinero para ayudar en la casa, así que decidí dedicarme a algo que también me apasiona y que desde hace tiempo venía haciendo con un grupo de amigos en la prepa.”
Desde temprano se alista, para llegar al punto de trabajo a las 12 del mediodía. Entrena en su hogar cada día por lo menos dos horas para que no pierda la práctica y si puede, incorpora nuevas maniobras que sabe por lo menos, dibujarán una sonrisa de parte de sus espectadores.
“Mis amigos y yo aprendimos con un cirquero, nos divertíamos mucho y algunos hasta se animaron a entrar a un circo y trabajar ahí. Yo la verdad nunca espere en dedicarme a esto, siempre tenía la idea de que iba a ser algo por gusto, nada más por hobbie y ya después me dedicaría a mi carrera pero ahora la verdad, le quiero dedicar más tiempo. Tal vez no me quede en esto por siempre, porque tampoco es algo que me vaya a dar para vivir toda mi vida y menos si quiero tener una familia, pero por lo menos ahora me siento contento de hacerlo.”
Un claxon en el fondo resuena con eco en los oídos, anunciando que el verde llegó antes de lo esperado, el conteo de diez segundos por movimiento seguramente resultó erróneo. Se baja del monociclo y al menos se percibe una mano saliendo de la ventana de un automóvil para darle una moneda de cinco pesos. La toma con fulgor y se aleja de nuevo a la parte de la esquina de la cual se apropia.
“Nunca dejé de salir, porque yo sí de plano dependo de lo que gano en mi día a día, ganaba antes de que se iniciarán otra vez las actividades, entre 300 a 400 diarios, cuando estuvo muy fuerte todo lo de la contingencia, el primer mes por lo menos, por mucho sacaba 100 o 150, había muy pocos carros. Ya ahora sigo ganando entre 300 a 350 por cuatro horas más o menos, pero pues no fue nada fácil mantenerme durante los días donde estaba todo cerrado porque también los policías no nos dejaban estar en la calle, así que tuve algunos días que no salí pero me preocupaba mucho no poder pagar mi renta.”
Con un cubrebocas desechable, sale a las calles de la ciudad para respetar lo que la enfermedad amenaza, sin gel antibacterial por su constante contacto con monedas y el asfalto, prefiere solamente evitar tocarse la cara. Utiliza los sanitarios de gasolineras para lavarse las manos y comer un poco hasta que den las seis de la tarde y el sereno comienza a descender de los cielos.
Joel tiene 27 años, su inspiración notable de grandes actores de cine como Jack Nicholson, le han inyectado una dosis precisa de ímpetu por seguir y nunca darse por vencido. Sabe que no puede ser un oficio de por vida, pero el alma se desborda en cada acto circense que presenta, cual representante de los mejores eventos espectaculares de la tierra.
Foto: Aranxa Albarrán
