Eric Rosas
Desde las sombras
Durante el sexenio actual se ha perdido una extraordinariamente buena oportunidad de mejorar la situación para la ciencia y la tecnología en México. Una de las banderas que enarboló el primer mandatario ahora en funciones durante su campaña ante la comunidad académica, fue la de erradicar del sector los muchos vicios que se habían acumulado en el medio siglo de operación del Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, surgido propiamente con la fundación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), el 29 de diciembre de 1970.
A lo largo de cinco décadas efectivamente hubo muchos grupos de académicos que, sin poner en duda la calidad de algunos de sus integrantes como docentes o investigadores, fueron creando cotos de poder alrededor de muchos de los programas que debía administrar con total independencia la entidad gubernamental. Muchos de los miembros de estos grupos se acostumbraron a aprovechar sus méritos académicos —otra vez, muchos sin duda muy bien ganados—, que los llevaban a ser convocados para fungir como revisores o evaluadores en programas como los relativos al otorgamiento de becas de posgrado; ingreso, permanencia o promoción dentro del Sistema Nacional de Investigadores; financiamiento para la realización de proyectos de investigación; otorgamiento de apoyos para la realización de estancias posdoctorales en instituciones de México; y muchos más; para favorecer a sus discípulos, colaboradores, amigos y hasta familiares. Como resultado de lo anterior muchos de los programas administrados por el CONACyT en la realidad terminaron siendo casi propiedad de estos grupos de poder y eso era lo que el grueso de la comunidad académica esperaba que fuera erradicado.
No sucedió así, esos grupos de poder formados dentro de la academia, típicamente aglutinados alrededor de algún investigador de renombre internacional o, incluso también de alguna familia de abolengo en la ciencia o las humanidades no sólo no fueron erradicados, sino que siguen presentes, aunque ocultos de los reflectores, y podrían regresar con el inicio de la próxima administración federal, sin importar quien de las dos candidatas llegase a ganar en la jornada electoral de junio próximo.
Aunado a lo anterior, ahora prácticamente todos los programas del sucesor del CONACyT han sido convertidos en herramientas para la formación de clientelas electorales a través de la supuesta entrega de apoyos de manera directa, pero sin ningún control de calidad, que en este ámbito resulta imprescindible. En lo que va transcurrida de la presente administración al frente del otrora CONACyT se han buscado expulsar de los cuerpos revisores y evaluadores no a quienes se habían apropiado de ellos para su propio beneficio, sino a aquellos académicos críticos o a quienes la directora general tenía pendiente por cobrarles alguna afrenta personal.
Esos grupos de poder, que igual se visten de un color durante todo un sexenio, que del antagónico que resulta electo al periodo siguiente para continuar en los altos cargos directivos, y que al haber operado de esta manera por décadas han aprendido muy bien a mimetizarse con los equipos de trabajo de las administraciones entrantes, ahora además podrían encontrarse con nulos contrapesos para la operación parcial de los programas que deberían apoyar a toda la comunidad académica de México para realizar investigación científica y desarrollo tecnológico de alta calidad.
Si acaso ninguna de las candidatas a la presidencia de la República se diera el tiempo para atender a esta situación, entonces el sexenio que viene sólo servirá ya sea para que estos grupos de poder dentro de la academia continúen operandos ocultos como lo han seguido haciendo durante los pasados cinco años, o salgan de la penumbra desde la que hoy en día siguen actuado para ocupar nuevamente los puestos de toma de decisiones que se han intercambiando por ya demasiados años.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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12 de febrero de 2024
