Eric Rosas
Hace unos días el Instituto Mexicano para la Competitividad, A. C., dio a conocer su Índice Estatal de Competitividad (IEC), un ejercicio anual que ordena la capacidad de las entidades estatales para generar, retener y atraer talento e inversión. Dicho índice está conformado por 72 indicadores y diez subíndices, en ámbitos como el estado de derecho, la infraestructura logística, la disponibilidad energética o la innovación. Siendo el Estado de México la entidad más poblada del país, con cerca de diecisiete millones de mexiquenses, así como la segunda economía —o probablemente hasta la primera— que mayor porcentaje aporta al Producto Interno Bruto de México, con aproximadamente un nueve por ciento, es inexplicable cómo es que no logre alcanzar el primero o segundo sitios de este IEC.
Peor aún, en el ICE 2023 el Estado de México ocupóla vigésimo primera posición —idéntica en la que apareció en el 2022—; es decir, se encuentra junto con el último tercio de las treinta y dos entidades federativas del país y, obviamente, por debajo del promedio nacional. En su segmento, catalogado como de “competitividad media baja”, sólo resulta mejor ubicado que estados como Puebla, Morelos, Colima, Tabasco, Zacatecas, Veracruz y Michoacán.
Por supuesto, la competitividad de la entidad mexiquense está muy lejos del nivel “muy alto” que sólo ocupa la Ciudad de México —nuestro vecino—, y también considerablemente alejado de la “competitividad alta” del selecto grupo de estadosintegrado por Querétaro Arteaga, Nuevo León, Coahuila, Baja California Sur y Jalisco. El Estado de México ni siquiera alcanza la calificación de “competitividad media alta” que sí tiene otra decena de entidades encabezada por Aguascalientes y entre las que se listan estados como Nayarit o Durango.
Parte de las razones para que el Estado de México se encuentre ubicado tan abajo en este IEC es que durante mucho tiempo se ha abandonado el impulso a la cultura de la innovación, entendida ésta como la generación y el desarrollo de los mecanismos y la infraestructura que permitan a la sociedad el formar conocimiento nuevo que posteriormente pueda ser transferido como tecnologías a la planta productiva, siempre protegida a través de alguna figura de propiedad industrial, principalmente la patente, pero también como modelos de utilidad, diseños o dibujos industriales. Como cita el mismo informe, esta producción de activos de propiedad industrial son esenciales para atraer inversión e impulsa un círculo virtuoso que demanda más capacitación y redunda en generación de más conocimiento.
Por ello es que ahora que la profesora Delfina Gómez Álvarez seguramente se encuentra trabajando en el esquema de organización de la administración pública mexiquense en los distintos ámbitos, será muy importante que en lo relativo al desarrollo económico se considere también a la investigación científica y el desarrollo tecnológico; y al definir el perfil de quien encabezará la implementación de las políticas públicas estatales en esta materia, se considere la experiencia y capacidad para vincular efectivamente al entorno productivo con el académico.
Igual importancia tendrá el que la próximaadministración estatal intensifique el fomento a la generación de conocimiento por parte de las instituciones de educación superior asentadas en el territorio mexiquense y lo acompañe con un programa de patentamiento que mejore significativamente la tasa de transferencia de tecnología.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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