Piénsalo: Elvis como apodo es mucho mejor al que te pondrían los niños.
Si te dan trabajo como maestro, aprovecha la primera clase para confesar que eres bizco. Esa confesión desarma a cualquiera. Serás un héroe por un día. De todos modos, no te confíes. Los gestos sutiles son bastante incómodos.
Siempre será incómodo ser bizco. Y la incomodidad es buena. Hay fuerzas magnéticas en este defecto. La seguridad vendrá de tus otros órganos. Las manos, por ejemplo. Los bizcos tienen manos perfectas.
Cuando vayas a las sesiones de fotos, nunca mires directamente al lente, mira un poco hacia la izquierda. Si te confundes, pídele ayuda al fotógrafo. Es como encontrar a un amigo honesto. Los fotógrafos son los mejores amigos de los bizcos. Pero habla. Será tu foto de perfil.
La parte más linda de ser bizco es cuando le muestras los ojos a tu hija. Te va a abrazar con tanta ternura, que por un momento creerás que el defecto es en realidad un don. Serás el bizco más feliz del universo.
Apréndete los nombres. Evítate disgustos innecesarios. Ve tutoriales para mirar a la cara sin ver a los ojos.
Si puedes, opérate. El seguro social lo cubre. Si no resulta la operación, al menos te sentirás mejor por haberlo intentado. En la sala encontrarás problemas mucho más serios que el tuyo, y será catártico.
Tu esposa te ama. Te ama tanto que hasta te inventará un chiste de bizcos y te reirás como nunca. Será tu chiste local.
Lo más aburrido de ser bizco es la conmiseración. ¿Qué cambia? Nada. Pero ahí está uno, un sábado por la mañana, viéndose al espejo esperando el milagro. Sé como los comediantes, sácale provecho. Al menos destacarás sobre la competencia: el doctor bizco, el arquitecto bizco, el maestro bizco.
Y si ves a otro bizco, por favor, no le saques la vuelta. Eso ya sería el colmo.
