Eric Rosas
Casi todos los mexicanos hemos tenido o visto alguna vez como los juguetes de pilas cobran vida propia cuando encendemos sus interruptores. En ese momento, la carga eléctrica almacenada de forma química comienza a liberarse causando su efecto. Dependiendo del circuito eléctrico incluido, esta corriente puede causar una diferencia de potencial, encontrar un aumento en la resistencia a su paso o convertirse en una fuerza electromotriz. Como resultado, podemos percibir el movimiento del juguete, escuchar el sonido del amplificador de sonido oculto en la muñeca, la emisión de las luces de los carros, etc. Presenciamos así la liberación de la energía que durante largo tiempo se mantuvo efectivamente almacenada dentro de esa pequeña pieza muy conocida por todos: la batería eléctrica.
Lo anterior viene a colación porque la semana pasada, durante la discusión que los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuvieron acerca de la inconstitucionalidad de a Ley de la Industria Eléctrica propuesta por primer mandatario, una de las ministras se atrevió a asegurar públicamente que la energía no se podía almacenar, aunque realmente cuesta trabajo pensar que la magistrada efectivamente no haya tenido nunca la oportunidad de usar artefactos de baterías.
Lo más probable es que su aseveración haya sido hecha sin razonamiento alguno, sino solamente debido a la repetición automática de un discurso equivocado —o hasta malintencionado— que ha sido diseñado para confundir a los mexicanos menos informados, aquellos a quienes se busca engañar mediante argumentos falsos, carentes de todo fundamento científico o técnico. Por ejemplo, con la intención de hacerles creer falacias como la de que algunas fuentes de energía limpia y renovable como la solar fotovoltaica o la eólica, representan un riesgo de desabasto dada su supuesta intermitencia, cuando es bien sabido que, a excepción de la producida mediante la fisión nuclear, todas las formas de generación de energía eléctrica son más o menos intermitentes. Por supuesto, queda claro que para suplir esta intermitencia en la generación de electricidad es que precisamente se han desarrollado los acumuladores de energía, que permiten almacenarla para que pueda ser usada cuando se necesite, como en los vehículos eléctricos, que de otra forma no podrían existir ya que no sería viable su desplazamiento si requiriesen estar permanentemente conectados a una toma de corriente.
Esta, desgraciadamente, no es la primera vez que el conocimiento científico o técnico se dejan de lado por esta administración federal ante la necesidad de imponer una ideología que atenta flagrantemente contra la realidad. Y es también por este motivo que debería ser obligatorio por ley que los tres poderes de la Unión tuvieran que pasar sus proyectos jurídicos o legislativos, así como el diseño de sus políticas públicas, a través del tamiz de la ciencia y la técnica. La primera permite delimitar lo posible de lo irrealizable, y la segunda ayuda a encontrar formas efectivas —o al menos eficientes— para poner en práctica lo que corresponda.
No es posible que en una economía en vías de desarrollo como la mexicana se prescinda del conocimiento, la especialización o el entrenamiento técnico al momento de ejercer la función pública. Gobernar sí requiere de la ciencia y las consecuencias negativas de prescindir de ésta pronto salen a flote, como ya lo estamos constatando en México que, a base delas decisiones carentes de fundamento técnico tomadas, se dirige hacia un colapso económico mayúsculo.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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