26/Apr/2024
Portal, Diario del Estado de México

Bandera Blanca / La interminable guerra

Fecha de publicación:

Luis Sánchez

Porque Jehová está airado con todas las naciones
e indignado contra todo el ejército de ellas;
las destruirá y las entregará al matadero

Isaías 34:2

Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta a la mesa con gángsters
Ni con los generales en los Consejos de Guerra
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans

Será un árbol plantado junto a una fuente

Ernesto Cardenal

La primera trompeta

El profesor de historia pedía que leyéramos y comentáramos una noticia como tarea. Esa mañana salí a comprar pan con mi hermana cuando la imagen de un avión atravesó al mismo tiempo un edificio y mis pupilas; pronto una segunda aeronave se estrellaba frente a mí, la miraba en una pantalla, incrédulo más por la narración del noticiero que por otra cosa: “el ataque a Estados Unidos podría desatar otra guerra mundial”; tenía ya mi noticia para entregar ese martes a las tres de la tarde. 

Como niño de 12 años que sólo había leído algo de historia universal en la escuela, tomando en cuenta que en televisión abierta se habla poco y a las doce de la noche de historia o cultura, creí que era el primer ataque de tal magnitud después de la segunda guerra mundial, que había cierta paz en el mundo con los bemoles de algunos revoltosos que deben ser controlados “por un gobierno responsable” como los extremistas islámicos, enemigos de la humanidad, según el discurso…

Días más tarde vi en los noticieros que habían iniciado “hostilidades” en Afganistán y después en Irak, invasiones apoyadas por el presidente de España, José María Aznar (ultraderechista, de eso me enteré y soy consciente de lo que significa hace poco tiempo), que Fox declaró neutral al país en un arranque de cordura (aunque entregado por completo a los intereses norteamericanos en otros ámbitos).

Luego leí sobre la guerra de Korea, la del Golfo Pérsico, los golpes de estado en África, la primavera de Praga, los movimientos obreros, civiles y estudiantiles alrededor del mundo, incluyendo México, reprimidos con violencia, los desaparecidos en Argentina; en Chile, el derrocamiento y asesinato de Salvador Allende por el golpista Pinochet, también un 11 de septiembre, pero de 1973, orquestado por la democracia estadounidense. Y tantos otros que seguramente desconozco en el lapso de 1945, fin oficial de la segunda gran guerra, a 2001.

Tiempo atrás fui testigo de cómo mi padre dibujaba al subcomandante insurgente Marcos en una servilletita y luego lo hallé dibujado en pedacitos de papel y periódicos. Supe, por los noticieros de televisa, que el gobierno intentó dialogar con estas “facciones” sin éxito. Honestamente no recuerdo cómo se dio la noticia del levantamiento armado, pero más tarde me enteré que, groso modo, pedían no ser objetos de invasión por parte de intereses nocivos para las naciones en Chiapas… ¿naciones dentro de un estado? Esto me sorprendió cuando escuché un discurso de Marcos en Metepec, aunque por otro ponente, ya en 2004.

Aún así, la percepción de estos movimientos era de lejanía temporal y espacial hasta que en 2005 un intento de imponer un aeropuerto obligó a los habitantes de Atenco y regiones aledañas a protestar, recibidos por el tolete y la macana del “gobierno del cambio” coordinado con el “Nuevo PRI” (un eslogan que advertía sutilmente un partido más corrupto y más violento). No quiero decir que fue la única resistencia, pero sí la más mediatizada, había que detener a esos campesinos violentos enemigos del progreso, era el mensaje.

Las golpizas y violaciones a hombres y mujeres indígenas y campesinos, estudiantes, obreros y periodistas no cesaron con el nuevo milenio ni con la salida del priismo del poder. Peor aún, un presidente “falso, enano rencoroso” (dice una canción), tuvo la maravillosa idea de declarar la guerra contra el narco.

Si la nota roja ya tenía cómo llenar sus páginas antes de 2006, el señor de los ejércitos, Felipe Calderón, les dio material para extender sus publicaciones por centenares de páginas. Ya no sólo eran las trágicas noticias de muertes en asaltos, de violencia entre parejas. 

Pronto hubo ataques con granadas, ejecuciones, fusilamientos, balaceras con “daños colaterales”, término acuñado como eufemismo de matanzas a mansalva de civiles. Puentes, carreteras y plazas públicas se tornaron escenarios medievales. Conocimos los horrores de la guerra en carne viva. 

Este dictadorcito panista sacó oficialmente al ejército a las calles, aunque usar las fuerzas armadas como puño del estado en México tiene una inercia por lo menos de 63 años, si tomamos en cuenta un estado formalmente constituido y dejamos fuera las guerras civiles posrevolucionarias.

De entonces a la fecha, en nuestro país se respira una zozobra mitigada por la voluntad de la mayoría de los mexicanos para apoyarse mutuamente, aunque los grupos de poder (económico y armado) perpetran graves violaciones a los derechos humanos como producto de la inercia ya mencionada. 

Sin novedad en el frente

Sin afán de minimizar la situación, el conflicto que ahora escala a una ocupación en Ucrania no tiene mucho de novedoso, ni se podría decir que tiene su origen en lo que muchos vieron como golpe de estado en 2014 ni en la separación de Crimea para incorporarse a Rusia. Este conflicto es producto de un estira y afloja entre potencias aunque apoyada por algunos pobladores y grupos de poder locales. 

Los conflictos en las naciones que fueron estados soviéticos han sido constantes desde la separación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no necesariamente por la intervención de Rusia; incluso puede decirse que éstas, muchas, se incorporaron a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) encabezada por las potencias occidentales Estados Unidos, Francia, e Inglaterra para ser “protegidas” bajo la consigna de “estás conmigo o en mi contra”. Algo imposible de explicar en pocas líneas, por su complejidad. 

A grandes rasgos, muy-muy por encima, hay una disputa de poder donde la guerra es de quien puede pagarla y los soldados de quienes quieren comprarlos con algún bonito “ideal” supeditado a intereses de quienes no tomarían un fusil por no mancharse las manos. 

No obstante, claro que existe la resistencia por principios y la necesidad, sobre todo de sobrevivir, ni si quiera es tanto por la propiedad, sino por garantizar el mínimo necesario para no morir de hambre, como en los casos citados de Atenco y Chiapas, que seguramente se asemejarán a lugares precarizados de los países al otro lado del mundo. 

Pese a ser un conflicto anunciadísimo, parece que esta contienda rompió con una paz de mil años y ven la voracidad del régimen bajo el cargo de Putin sin enterarse de la bota que pisa un continente entero, empezando por nuestro país, lamida por otras cuantas. 

Hay gente alarmadísima por esta arbitrariedad (cuando abiertamente reclama que el ejército debe ser utilizado como fuerza letal porque emplearlo en labores de construcción, administración de instituciones y auxilio en desastres naturales es ridiculizarlo), terrible contradicción. Los mismos que se burlan del discurso de paz promovido por “Ya saben quién” hoy lamentan una terrible guerra como si fuese la primera del milenio (para no irnos tan lejos).

Hace tiempo le decía a un amigo que no estoy de cuerdo con Rosseau ni con Maquiavelo en que el hombre sea bueno o malo por naturaleza, pues el sino de toda persona, yo diría, es la estupidez y, como dicen, el tiempo la va atenuando o acentuando. Mira tú que por desgracia la mayoría de líderes son muy carentes de elementos para contrarrestarla, pero cuando hay alguno con la virtud de ir en sentido contrario a la oleada de ignominia, resulta grotesco ver cómo sucumben ante ella jalados por la insensatez o por los insensatos.

Las guerras son inevitables porque obedecen al poder. No estalla una por necesidad ni por ideales ni por territorio sino porque se puede hacerla, porque de pronto cunde un orgullo infame y otros se obnubilan por esa lacra que aparenta virtud. Y así prevalecerá por largo rato mientras la paz sea ridícula y los derramamientos de sangre sean heroicos.  

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